viernes, 17 de mayo de 2013

ENTRE VIDELA Y ECHEVERRÍA

Murió Jorge Rafael Videla. Y murió donde debía: en la cárcel. No es que pretenda celebrar la noticia. Me parece inconcebible que alguien salte de júbilo ante la muerte de otro ser humano, así sea Muamar Gaddafi, Osama Bin Laden o Margaret Thatcher. Me parecieron indignantes los himnos de victoria por las calles que, en su momento, generaron aquellos decesos. No pretendo hacer una excepción con el hombre que dejó en Argentina treinta mil desaparecidos y sustrajo a cientos de bebés de sus familias. No celebro su muerte por muchas que hayan sido las que él cometió. Lo que sí celebro es que no se haya ido impune. 

A diferencia del famoso “Españoles, Franco ha muerto”, la muerte de quien dirigiera una de las dictaduras más sanguinarias en América Latina no sepultó la posibilidad de su enjuiciamiento, el cual, por supuesto, no se dio tampoco de la manera deseada. Como Usted sabrá, fue sentenciado en 1983 y liberado cinco años después por el entonces presidente Carlos Menem. De 1998 a 2008 estuvo bajo arresto domiciliario, para luego pasar a una prisión común donde esperaría una sentencia por delitos de lesa humanidad (2010) y otra por secuestro y sustracción de identidad de menores (2012). Con profundos bemoles y de forma tardía, pero no quedó impune. No sucedió así con Hugo Banzer, con Pinochet, con Aparicio Méndez o Emilio Médici. La condena de Videla fue no sólo un triunfo para sus víctimas, sino para toda la Argentina. Qué mensaje más alentador que el demostrar que en un país - a pesar de la profunda corrupción que lo impregna – la impunidad no es absoluta y que es posible enjuiciar y encarcelar a un tirano. 

Mientras tanto, en México, Luis Echeverría Álvarez sigue libre y disfrutando de la impunidad judicial. Gustavo Díaz Ordaz murió en libertad y con su nombre en miles de calles, escuelas, colonias y demás sitios públicos, como si se tratase de un héroe. De la justicia histórica no han logrado salvarse del todo, pero los familiares de los más de dos mil desaparecidos en la Guerra Sucia durante los 60’s y 70’s no han tenido ni siquiera la atención mínima por parte de las autoridades. Peor aún: el tema ha quedado en el olvido y ha sido eclipsado por el no menos importante de la violencia del crimen organizado. ¿Qué esperanza de verdad, justicia y reparación pueden tener las víctimas del narcotráfico y sus familiares si vivimos en un país donde las madres de los muertos y desaparecidos de Tlatelolco o del Halconazo han sido ignoradas? ¿Qué justicia podemos esperar si represores como Díaz Ordaz, Acosta Chaparro o Nazar Haro han muerto sin sentencia que los condene penal e históricamente? No sé Usted, pero creo que una sentencia contra Luis Echeverría sería una dosis de esperanza enorme para este hermoso país.

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