jueves, 24 de marzo de 2011

EL MAYA A LA IBOM

El 2012 ha sido decretado por Ivonne Ortega como el “Año de la Cultura Maya”. Da igual, que llamándole cómo deseen llamarle, sabemos todos que nuevamente la gobernadora se ha aprovechado de la imagen de los mayas para satisfacer el contenido que requiere cualquier parque temático. ¿Cómo puede entenderse que hablen del año de la Cultura Maya cuando la propia estructura estatal los mantiene sistemáticamente segregados? Olvida nuestra gobernadora que actualmente en Yucatán la lengua maya está en peligro de extinción. No resulta menor que las madres dejen de enseñar a sus hijos a hablar en el idioma de Jacinto Canek porque son rechazados de las escuelas públicas si no hablan el español. Ignora que el INDEMAYA, dependiente del gobierno que dirige, se limita a acciones superficiales encaminadas a proteger la imagen turística que se vende como “lo maya”. Bastará decir que la página del mencionado instituto únicamente se encuentra en idioma español, sin importarles que poco más de cincuenta mil personas en Yucatán hablen únicamente maya. Ignora también, que encabeza un gobierno en el cual, si eres maya, la única forma de ser tomado en cuenta es estando muerto. En Yucatán se elogia al maya del pasado, al que ahora es pieza de museo o puede usarse como imagen en camisas y tazas, cuando al mismo tiempo se excluye a los mayas que aún viven, presionándolos a dejar de ser mayas para “salir adelante”. Así, el modelo del maya que Ivonne dice tanto amar es el del maya que pueda hacer las veces de Mickey Mouse en el parque de diversiones que planea dirigir desde el Palacio de Gobierno.

Bastará leer el Decreto publicado el 23 de marzo para darse cuenta que el Comité de Planeación, Desarrollo y Difusión del Año de la Cultura Maya tiene entre sus objetivos la realización de “festejos, actos y conmemoraciones” y procurar la participación de la sociedad yucateca en “la celebración”. Así que, en vista de que en Navidad llenamos la ciudad de Santaclauses, habrá que disfrazarnos con ese modelo mal logrado de “cultura maya” diseñado desde la perspectiva de funcionarios no-mayas de la ciudad de Mérida que, muy probablemente, ni siquiera saben qué significado tiene el 21 de diciembre de 2012. Por si fuera poco, entre los miembros de este Comité, no incluyen a ningún representante del Pueblo Maya. Es más, el Pueblo Maya ni siquiera es mencionado en el decreto, mucho menos se contempla su participación en el desarrollo de las actividades, mientras que sí se incluye explícitamente al sector privado, al sector turístico y, por supuesto, al Gobierno del Estado. Seguramente el proyecto ayudará tanto a salvaguardar la cultura maya como un festival mexicano hecho en Pakistán por funcionarios que de México sólo conocen el sombrero charro y el tequila. Total, que para hacer celebraciones y eventos, decoraciones y excusas siempre sobran. Me gustaría saber cuánto podría invertirse en la verdadera recuperación socioeconómica del Pueblo Maya con lo que nos costará este capricho del “Año de la Cultura Maya”, promovido desde la incultura.

martes, 15 de marzo de 2011

UNA LECCIÓN NO APRENDIDA

La guerra arabo-israelí de 1973 fue el detonante de un formidable aumento de los precios del petróleo a nivel mundial, lo cual incentivó de forma drástica la construcción de plantas generadoras de energía nuclear. Esta medida parecía, en un principio, el inicio de la independencia de los países importadores, incluidas las potencias occidentales, frente a los exportadores del crudo en Medio Oriente. Sin embargo, la devastadora experiencia que dejaron los accidentes en las plantas de Three Mile Island (1975) y Chernobyl (1986) pusieron en duda la capacidad real con la que podía ser controlada esta fuente de energía. A partir de estos incidentes, países como Alemania, Suecia, Bélgica, Italia y Austria decidieron renunciar a la construcción de nuevas centrales. No obstante, en el mundo existen actualmente más de 435 reactores distribuidos en 31 países entre los que Francia lidera la producción nuclear, la cual representa el 80% de la energía que genera ese país.

Vale la pena recordar en estas fechas, un incidente ocurrido en Japón el 16 de julio de 2007, cuando un sismo grado 6,8 en escala Richter provocó que la planta de Kashiwazaki, la más grande el mundo, vertiera 1,200 litros de material radioactivo en el Mar de Japón. El presidente de Tokyo Electric Power Company, operadora de Kashiwazaki, declaró que la magnitud del temblor había superado sus expectativas, a pesar que de las centrales de ese tipo deben estar condicionadas para soportar movimientos telúricos de hasta 8,5 grados. Por si fuera poco, también fueron liberadas emanaciones de gas que contenían cobalto-60 radioactivo, sin mencionar que varias cañerías de evacuación quedaron dislocadas y dejaron escapar elementos tóxicos.

Sería miope calificar la tragedia vivida actualmente en Japón como una catástrofe méramente natural. No bastando con las incontables pérdidas humanas que ha dejado el tsunami, las explosiones e incendios en la planta nuclear de Fukushima es tan sólo el déjà vu de una lección no aprendida. Paralelamente y sin vergüenza alguna, Vladimir Putín anunció que el gobierno ruso mantiene firmes sus proyectos de edificar veintiséis nuevas plantas de energía nuclear antes del 2030. Ahora que el peligro no ha terminado con el sismo y que los niveles de radiación amenazan a todas las personas que viven en un perímetro de 30 kilómetros alrededor de Fukushima, resulta urgente replantearse si vale la pena arriesgar las vidas humanas con los indomables recursos nucleares que, paradójicamente, pretenden mejorar nuestro estilo de vida.