domingo, 11 de diciembre de 2011

MÉRIDA: EL PELIGRO TRAS LAS “BUENAS COSTUMBRES”

El año pasado, el Juez español Baltasar Garzón terminaba su participación durante un seminario acerca del peligro potencial de la xenofobia en la sociedad, cuando un estudiante noruego pidió la palabra en la ronda de preguntas y opiniones. El joven, armado de toda su seguridad, advirtió que ese tipo de peligro podría suceder en muchos países, pero nunca en uno con los valores y estabilidad de Noruega. Esta anécdota fue justamente un año antes del atentado terrorista en Oslo y la masacre en la Isla Utoeya, ambos incidentes realizados por un xenófobo que pretendía acabar con el multiculturalismo y la “colonización islámica de Europa”.

Al oír esa anécdota este año durante una conferencia de Baltasar Garzón, no pude sino vincular la soberbia social de aquel estudiante con la de gran parte de los yucatecos: vivía en un lugar donde los valores y la tranquilidad parecían ser un blindaje a los problemas que aquejaban a otros países cercanos. Sin embargo, el peligro estaba ahí, cultivándose bajo la confianza de que en Noruega simplemente no ocurrían ese tipo de tragedias.

Soy consciente de las profundas diferencias entre el narcotráfico y la naturaleza de los atentados en Noruega; pero Mérida es esencialmente alimentada por la misma actitud soberbia ante su aparente bienestar perpetuo. Los meridanos creemos que vivimos en “la Ciudad de las Buenas Costumbres”, donde por simple destino y debido a la “calidad moral” de nuestros habitantes hemos evitado las tragedias que se viven en gran parte del país. Lo anterior representa asumir, implícitamente, que somos moralmente “más eficientes” como sociedad que aquellas donde sí se han presentado constantes hechos de violencia: una conclusión absolutamente soberbia y sin sustento, sin mencionar que ayuda a fortalecer el absurdo temor a que los “de fuera” empiecen a “traer” la violencia al estado.

Si comenzarán a presenciarse hechos de violencia en Mérida, sin duda alguna será culpa de los mismos habitantes y autoridades de la “Ciudad de las Buenas Costumbres”. Somos una ciudad potencialmente peligrosa. No son sólo los índices de desigualdad económica los que podrían facilitar el estallido de violencia, sino la arraigada estratificación social con la que ha sido diseñada la ciudad. La polarización norte-sur es una clara remembranza de “Belindia”, nombre que se la ha dado a Brasil debido a que algunos sectores de su población viven con la misma calidad de vida de Bélgica, mientras que otros sobreviven en condiciones similares a las de la India.

Donde hay desigualdad social está una puerta abierta para la violencia. En lugar de seguir manejando el viejo discurso de que “eso no pasa en Yucatán”, “nosotros somos la Ciudad de la Paz” o “si pasa algo es por gente de ‘fuera’”; deberíamos enfocar todos los esfuerzos posibles por aumentar los niveles educativos, mejorar las condiciones de vida de las zonas más marginadas de la ciudad y, sobre todo, empezar a modificar esa idiosincrasia sustentada en la estratificación social, donde los habitantes del norte creen que Mérida termina en el Monumento a la Bandera.

Menos auto-elogios y más prevención integral sustentada en cuatro áreas: seguridad, educación, desarrollo urbano y oportunidades de trabajo. De no tomar esta posición - espero estar terriblemente equivocado - correremos el riesgo de darnos una trágica sorpresa en el futuro, tal como seguramente la tuvo aquél estudiante noruego a mediados de este año.