lunes, 20 de febrero de 2012

LA ORQUESTA DEL TITANIC

Dice una voz popular que la orquesta de Wallace Hartley, ante el trágico declive del Titanic y su inminente desenlace, no pudo hacer más que lo dictado por la vocación y el espíritu de sus músicos: continuar tocando, entre los gritos y la estampida de más de dos mil personas que atestiguaban su propio naufragio. Ninguno de los ocho sobrevivió para relatar el último performance que ofrecieron en el hasta entonces inmortal transatlántico.

Con el tiempo, la escena casi poética de los músicos interpretando "Nearer, my God, to Thee", se fue injustamente tergiversando hasta convertirse en una expresión peyorativa para describir a todo el que, ante las adversidades, opta por aparentar que todo sigue su curso natural.

Traigo esto a colación debido a lo tentador que pudiera ser esta interpretación negativa para describir los tiempos en que actualmente transita la humanidad. Las crisis económicas mundiales que se presenciaban cada treinta años ahora azotan cada doce meses; y sin embargo la sociedad de consumo no ha dejado de consumir, que es lo propio, y de extasiarse con los nuevos modelos de iPods, iPads y tantas otras urgencias que realmente nunca lo fueron, como si transcurrieran los tiempos de mayor abundancia. Las noticias se atiborran de la alfombra roja en los Grammys o del “póker” de Messi - disculparán la blasfemia los azulgranas - pero nadie se preocupa por enterarse de la guerra que se acerca en Medio Oriente, la cual amenaza con repercutir en todo el mundo. En Mérida, por dar algún ejemplo más cercano, las personas aún cree que la estela de saldos fúnebres que asedia el norte del país no aterrizará nunca sobre esta tierra. En todos lados, la humanidad se encuentra abstraída por las pantallas que le frecen lo que la realidad no puede: la posibilidad de creer que nuestro rumbo no peligra y que cada quien puede seguir como si nada.

Es por eso que resulta sumamente valiosa la propuesta que la nueva producción conjunta de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina - titulada precisamente “La orquesta del Titanic” - hace de forma irónica para regresar al sentido original de la historia detrás de los ocho músicos y su naufragio. Al mismo tiempo, el álbum evita caer en la desafortunada tendencia a ignorar el temporal que sufre el mundo y aparentar que todo anda como es debido. "Las cifras son insoportables y la gente lo está pasando muy mal, y seguir cantando es lo que se nos ha ocurrido para que al menos haya una canción en la que llorar, recordar o con la que bailar con la novia", anunciaban en una entrevista reciente. "[E]ra una metáfora de la crisis que está cayendo fantástica. Nosotros salimos de gira a divertirnos y a pasarlo bien y el mundo se hunde”. La historia del Titanic es retomada por los dos cantautores con el verdadero espíritu que invadió a los músicos de Hartley en sus últimos momentos: el instinto de celebrar la vida ante la posible extinción, de echar a volar el canto cuando lo normal sería salir huyendo.

“Lo que pasa es que estalla una bomba en la noche de paz, lo que pasa es que apesta a zambomba el mensaje del rey”, cita una de las canciones. Cínico, bien logrado y sin abstraerse de la realidad, “La orquesta del Titanic” no será el mejor trabajo de ninguno de los dos, pero resulta una divertida y apasionante ironía. Es, sobre todo, una excelente invitación para que, parafraseando a Sabina en discos pasados, en caso de acontecer el fin del mundo, éste nos pille bailando.

lunes, 13 de febrero de 2012

JUICIO CONTRA EL JUEZ BALTASAR GARZÓN

Hace tan sólo unos meses, tuve la oportunidad de escuchar a Baltasar Garzón Real durante una de sus conferencias. Entre otros temas, destacó el papel de los jueces y su responsabilidad con las víctimas. “[Todo juez] debe asumir riesgos, aunque ello lleve implícito un resultado adverso para sí mismo”, decía en aquella ocasión. Sin duda alguna, la experiencia del propio Garzón consta como prueba irrefutable de ello. No es de extrañarse que los tres procesos llevados en su contra – uno de los cuales, como es de conocimiento público, ordenó su inhabilitación – estén relacionados por su actuación como juez en casos de graves violaciones a derechos humanos y actos de corrupción cometidos durante la dictadura de Francisco Franco o durante la gestión de diversos funcionarios miembros del Partido Popular (PP), actual heredero político del franquismo.

Me opongo, como bien diría Michael Ignatieff, a convertir la lucha de los derechos humanos en una religión atea. Eso implica negarse a generar un santoral a partir del endiosamiento de ciertas personalidades comprometidas con la causa. De encontrarse pruebas contundentes de abusos cometidos por Garzón en su actividad jurisdiccional, éste debe ser sancionado de acuerdo a lo establecido en la legislación española relacionada a la responsabilidad de los administradores de justicia, eso no lo discuto. Sin embargo, no existen actualmente pruebas suficientes de ello. La sentencia dictada en su contra es el resultado de un proceso desmedido en arbitrariedades, sin mencionar que distintas peticiones de defensa le fueron desatendidas. Por si fuera poco, la sentencia no especifica cuál ha sido el daño concreto que habría ocasionado su gestión. ¿En qué está fundamentado, entonces, este fallo?

No es de extrañarse que los magistrados que adoptaron esta decisión estén políticamente ligados al PP. Con la llegada de Rajoy al poder, éste partido se encuentra con un rango de influencia aún mayor para realizar una venganza política en contra del hombre que en el dos mil ocho inició distintas investigaciones para develar más de cien mil casos de desapariciones forzadas ocurridas durante la dictadura de Francisco Franco. En el Caso Gürtel, por el cual fue inhabilitado, Garzón expuso a la luz pública la red de corrupción liderada por Francisco Correa, director de varias empresas íntimamente vinculadas al PP. Absurdamente, el primer sentenciado en éste caso ha sido el mismo Juez que inició la causa, mientras que los responsables continúan impunes. Así, los procesos llevados en su contra tienen como único fundamento la persecución política.

Recuerdo que, en esa misma conferencia, Baltasar Garzón advertía que, si bien “a nivel oficial se habla de las víctimas”, están son siempre “invisibilizadas”. “Las víctimas incomodan”, señalaba. Ese ha sido el común denominador en las graves violaciones a derechos humanos sufridas durante dictaduras como la de Francisco Franco en España o las vividas en muchos países de América Latina. De ahí que los jueces comprometidos con la investigación, persecución y enjuiciamiento de los victimarios sean una pieza fundamental para fortalecer la voz de las víctimas y sus familiares. Son imprescindibles los jueces que asumen como su principal labor el hacer visibles a quienes, a pesar de las décadas transcurridas tras la caída de esos regímenes autoritarios, siguen esperando justicia. El Juez Baltasar Garzón es, a mi parecer, uno de ellos.