lunes, 28 de octubre de 2013

TODAS Y TODOS SOMOS CARRASCO

No sé Usted, pero yo empecé la semana sin terminar de digerir la anterior. Seguramente escuchó el caso de José Sánchez Carrasco, campesino originario de Chihuahua que murió después de cinco días de espera para ser atendido en un hospital público de Guaymas, Sonora. El pretexto estéril – porque no puede ser calificado de otra forma – de la administración del hospital era que el señor Carrasco no llevaba consigo la documentación requerida, por lo que no podían atenderlo a pesar de su evidente estado de salud. Cumplir con la Diosa Burocracia resultó más importante que atender a quien se encontraba luchando por conservar la vida. 

A principios de mes llegaba a algunos medios la noticia de una mujer indígena que dio a luz en el patio de un hospital de Oaxaca, también por la santa devoción al papeleo de quienes estaban obligados a atenderla. Pero más indignación me causa aquellos episodios igual de reprochables que ni siquiera han recibido la mínima atención mediática por representar – aquí viene lo más intolerable – parte una cotidianidad en el sistema de salud mexicano. 

Mi abuelo Carlos, una de las personas a las que más quiero en este mundo, murió, precisamente, por negligencia del servicio médico. Pudo haber vivido un poco más si no le hubiesen puesto una bolsa de suero vacía al internarlo. Si, al momento de carecer de aire en los pulmones, los doctores no hubiesen atosigado a mi abuela con preguntas sobre papeleos, él no hubiese muerto en ese instante sobre la silla de ruedas. Sin embargo no fue así. Importó más el papel que atender a quien, durante toda su vida, pagó con sus impuestos el edificio y los sueldos de la institución que le violó su derecho humano a la salud. 

Y al igual que mi abuelo, existen miles de historias como la del señor Carrasco a lo largo de este país. A pesar de que el artículo 3 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos reconoce que “[t]oda persona tiene derecho a la protección de la salud”, los encargados de garantizarla, salvo valiosas y urgentes excepciones, siguen creyendo que están dando una dádiva generosa a los desprotegidos y no que son responsables de rendirles cuentas a titulares de derechos. 

Siempre he alardeado que México tiene algo que Estados Unidos no tiene y es que aquí no está en discusión si el Estado debe o no otorgar salud pública y gratuita. Sin embargo, comparar la escasez con la carencia es fácil y mediocre. Es momento de exigir un sistema de salud verdaderamente universal, verdaderamente gratuito y público; pero sobre todo de calidad y con un enfoque de derechos humanos. Los pacientes no van a estas instancias a pedir un favor o ayuda humanitaria, sino a exigir un derecho. Ésta es, como muchas otras, una urgencia que debería encabezar la agenda política del país, pero que no es considerada prioridad.

miércoles, 9 de octubre de 2013

EL OTRO FESTIVAL MAYA


Desde el año 550, la ciudad de Ichkansijó (o T’hó) se erigía sobre estas tierras. Sin embargo, nos han hecho creer que la ciudad de Mérida emergió de la nada en 1541, como si no hubiese existido algo antes en el sitio. Como si la gente que ya habitaba no hubiera sido gente o, al menos, no lo suficiente como para que la historia oficial la abarcase. Mientras Hernán Cortés es reconocido a nivel nacional como un victimario sombrío y codicioso, a Francisco de Montejo se le recuerda con júbilo por haber “fundado” la ciudad. Pareciera, incluso, que algunos le agradecen haber realizado ese quiebre entre la “vergüenza indígena” y el futuro de prosperidad para los yucatecos, quienes, según los meridanos, son sólo los meridanos blancos. 

El presente no es menos ingrato con el pueblo maya. Ellas y ellos, ignorados, rebajados a temática para parque de atracciones y eventos gubernamentales, son sólo elogiados como pasado, residuos y ruinas. Como si fuesen un pasado ya superado que se ha fugado ilegítimamente y hubiese invadido nuestra época de modernidad. En lugar de ser entendidos como un presente que merece ser reivindicado, las y los mayas son ignorados y menospreciados. 

En marzo del 2011, Ivonne Ortega emitió un decreto en el cual declaró el año 2012 como el “Año de la Cultura Maya”. Para ello, se creó un Comité de Planeación que, entre sus miembros, no contaba con ningún representante maya. El Pueblo Maya ni siquiera fue mencionado en el decreto. Ni siquiera se contempló su participación en el desarrollo de las actividades, mientras que sí se incluyó al sector privado, turístico y gubernamental. 

Ahora nos encontramos en vísperas del Festival Internacional de la Cultura Maya. Sin lugar a dudas, la cartelera del festival es sumamente atractiva y no quisiera ser hipócrita: muy probablemente terminaré asistiendo a más de un evento. Sin embargo, este loable esfuerzo sigue utilizando la imagen de los mayas (del pasado) con efectos mercadológicos, sin fomentar la inclusión de sus manifestaciones artísticas del presente. En respuesta, el Pueblo Maya ha organizado el Festival Maya Independiente “Cha’anil Kaaj” (http://www.fiestadelpueblo.org/), el cual recorrerá diversos puntos del Estado. Ahí sí, el núcleo de la oferta cultural está hecho por y para los mayas. Por supuesto, los no-mayas también estamos convocados. Por supuesto iré a lo que pueda. 

La propuesta es, en sí misma, una señal de la inconformidad de los mayas (quienes conforman el 50% de la población del Estado) hacia las políticas implementadas por varios gobiernos, las cuales han cooperado a su exclusión, al exterminio de su lengua y a su humillación, reservando su reconocimiento y aprecio únicamente a las galerías de los museos. Yucatán nunca será lo que anhela hasta que no comprendamos que la inclusión y la diversidad son el camino. Ellas y ellos ya se nos adelantaron: están construyendo y reivindicando su presencia.

miércoles, 2 de octubre de 2013

GUERRA SUCIA NO SE OLVIDA

La matanza de Tlatelolco ha llegado a generar una especie de ruido histórico que, paradójicamente, alimenta algunos de los silencios y olvidos más arraigados. El 2 de octubre, en lugar de ser una posibilidad para reflexionar acerca del pasado, ha sido utilizada por algunos para negar el reencuentro real con la historia. El mito de Tlatelolco como un incidente aislado y azaroso - casi un capricho divino como el diluvio universal o la destrucción de Sodoma – ha sido uno de los discursos más exitosos para institucionalizar el olvido. 

Una gran parte de la población que tiene conocimiento de la masacre de 1968, ignora por completo qué fue la Guerra Sucia que flageló nuestro país durante los 60’s, 70’s y principios de los 80’s. Aquella política de Estado, impulsada por la CIA con los mismos objetivos y prácticas de la Operación Cóndor en Sudamérica, se ha vuelto un pasaje abandonado en los anales más recónditos de la historia. Bastará decir que ese período no es incluido por la SEP en sus planes de estudio obligatorios, generando un salto descarado desde la expropiación petrolera hasta el Tratado de Libre Comercio. Algo que poco se recuerda es que Vicente Fox, durante su campaña, incluyó entre sus propuestas la creación de una Comisión de la Verdad para investigar y posteriormente sancionar los crímenes de la Guerra Sucia. Ya en Los Pinos, optó por crear en su lugar una fiscalía especializada, cuyo nombre kilométrico era resumido bajo las siglas “FEMOSPP”. Esta dependencia inició fallidos intentos (de los cuales pondría en duda su intención de éxito) para sancionar penalmente a personajes como Luis Echeverría Álvarez y Nazar Haro. Nadie fue sentenciado y la FEMOSPP únicamente dio como fruto un pésimo informe que no tuvo la participación de las víctimas y que, como usted advertirá, no fue difundido. 

Para 2006, como parte de los acuerdos entre el PRI y el incipiente gobierno de Felipe Calderón, éste, como una de sus primeras acciones de gobierno, ordenó cerrar la FEMOSPP para evitar que muchos priístas de antaño y militares pudieran ser procesados y exhibidos por su participación en el terrorismo de Estado. Nadie se enteró, ni fue anunciado por la prensa: fue un presente silenciado como producto de una memoria aún no reivindicada. 

Tlatelolco fue quizá el evento masivo más representativo de Guerra Sucia, pero para nada el único. Este período está compuesto por miles de historias más, de las cuales se desprenden los más de 1,500 casos de desaparecidos aún sin resolverse. Hace falta recuperar la memoria de la Guerra Sucia para poder hablar de una recuperación de Tlatelolco. A los perpetuadores les conviene hablar de una masacre casi “accidental” que de una política sistemática de exterminio hacia aquellos que se atreven a pensar diferente. ¿Qué esperanza tienen las víctimas del narcotráfico si la sociedad mexicana ha olvidado a las víctimas de la Guerra Sucia? Todas y todos somos responsables de saldar estas cuentas.