martes, 15 de abril de 2014

A DOS AÑOS DE #YOSOY132

El 14 de mayo se cumple dos años del Movimiento #YoSoy132. ¿Sirvió de algo? ¿Fue un fracaso? No faltan quienes critican al movimiento de no haber “logrado nada”. Sin embargo, los que creemos en los procesos tenemos una visión muy diferente. Por supuesto que no significó una panacea. La pobreza, la desigualdad, la corrupción y la inseguridad siguen flagelando nuestro país. ¿Pero acaso era responsabilidad de #YoSoy132 regresarnos al paraíso prohibido? Nunca fue la propuesta. Nunca fue la meta. El movimiento surgió porque teníamos qué. Porque no podíamos permanecer en silencio ante el cierre de un sexenio trágico y la amenaza del que finalmente llegó. Pero no sólo valió la pena, si no que era necesario. A unas horas de que Peña Nieto llegase a la Ibero, nadie (absolutamente nadie) se imaginaba que los jóvenes iban a cambiar la agenda política del país. Las elecciones controladas perdieron el control. 

La movilización estudiantil puso en la agenda política nacional lo que no estaba: la matanza de Atenco de la que el ahora presidente es responsable, el repudio con el que contaba (y cuenta) actualmente, el sesgo informativo de los principales y únicos medios de comunicación masiva en el país. Nunca antes un candidato había sido tan cuestionado. Nunca antes los medios de comunicación habían sido el blanco mediático. #YoSoy132 cambió “la jugada” de aquello que parecía calculado. Elevó el nivel de discusión en las elecciones y demostró que cuando se decide organizarse para ejercer presión “ciudadana” (por usar un término que no me convence) ponemos en peligro lo que desde arriba había sido decretado como un presente incuestionable. 

Asimismo, #YoSoy132 fue también un encuentro. Aquellos que teníamos y tenemos determinadas inquietudes que desde nuestros ambientes percibíamos ser una minoría nos dimos cuenta que no somos nada especiales. Nos topamos con que tres mil yucatecos decidieron tomar el Paso Deprimido en una ciudad caracterizada por la nula movilización ciudadana y una apatía para participar en ese tipo de movimientos. Se rompieron paradigmas, sobre todo en un lugar como Mérida, donde el #YoSoy132 era una experiencia que no se había visto en décadas. Uno de los grandes logros fue desmontar la falsa idea de que nadie estaba dispuesto a nada. 

Hablaba al inicio de los procesos. Cada movimiento social es una fotografía de algo mucho más amplio. #YoSoy132 es un capítulo de un proceso, pero el capítulo no hace el libro. De la misma forma en que ese movimiento fue posible por el legado de muchos otros en el pasado, la experiencia de hace dos años significó tirar semillas al viento de las que otros capítulos recogerán frutos. La percepción sobre los medios actual fue forjada a través de este movimiento. El país no cambió, pero ya no es el mismo. En su justa dimensión y comprendiendo su naturaleza, sí, valió mucho la pena. Era necesario. Y sí, por supuesto: yo soy 132.

martes, 11 de febrero de 2014

SON IGUALES, PERO NO SON LO MISMO

Como es de su conocimiento, en la segunda mitad del año pasado una pareja homoparental ganó un amparo para poder casarse en Yucatán. El sentido de esta sentencia ha sido reproducido por (al menos) otras siete emitidas por los Juzgados Primero, Segundo, Tercero y Cuarto del Decimocuarto Distrito, que es el que le corresponde a nuestro Estado. En cada uno de esos casos, las Juezas y los Jueces Federales dieron eco a los criterios establecidos por la Suprema Corte de Justicia de la Nación y por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, concluyendo que el artículo 49 del Código de Familia del Estado de Yucatán era violatorio de derechos humanos al reconocer la posibilidad de contraer matrimonio únicamente a las parejas compuestas por “un solo hombre y una sola mujer”. 

Sin embargo, la actitud del Registro Civil para dar cumplimiento a las sentencias es rotundamente cuestionable. Personalmente he sido testigo del ánimo con el que se llevan las celebraciones de matrimonios homoparentales (con prisa y para salir del paso) e, incluso, he constatado al personal de dicha institución declarar en frente de los contrayentes que “esta es sólo una ceremonia de cumplimento de sentencia”. A estas parejas no se les levanta un acta de matrimonio, como debiera hacerse, sino que se limitan a expedirles un formato diferente titulado “Cumplimiento de sentencia”. Por si fuera poco, se ha hablado de la posible existencia de un “libro rosa”, en el cual se toma nota de las parejas que han ganado los amparos en lugar de hacerlo en el libro de actas para los matrimonios. Por supuesto que las ceremonias ya contraídas son válidas con todos los efectos legales, pero creo que ante la trascendencia pública de esta práctica el Registro Civil tiene el deber de aclarar este asunto. 

En los informes justificados presentados por el Registro Civil durante los juicios de amparo, esta institución alegó que no había cometido ningún trato discriminatorio a las parejas debido a que, como autoridad administrativa, no se encuentra facultada para inaplicar leyes a casos concretos, sino únicamente a acatarlas. Difícilmente pueda alegarse lo mismo ante el estado de cosas en el que se encuentran los cumplimientos de sentencia. No está en sus atribuciones definir si las parejas homoparentales que han ganado amparos deban o no ser tratadas como matrimonio. Eso ya fue definido por las autoridades constitucionalmente facultadas para dirimir este tipo de controversias. Lo que les corresponde es cumplir con lo ordenado. Es indudable que el tema de los matrimonios entre personas del mismo sexo sigue siendo causa de controversia dentro de la sociedad yucateca. No obstante, este hecho posee una gran trascendencia al tratarse de una autoridad tratando de imponer su postura personal ante una orden constitucionalmente válida que no admite revisión de su parte. Pareciera que esta institución estuviese anunciando “son iguales, pero no son lo mismo”.

lunes, 27 de enero de 2014

CONTROL CONSTITUCIONAL EN YUCATÁN

Una constitución que no puede hacerse valer es únicamente retórica. Es por eso que, como (tristemente) no muchos saben, en el año 2012 fue creado el Tribunal Constitucional del Estado de Yucatán. Contemplar un procedimiento para exigir el cumplimiento de la Constitución Estatal fue, no sólo un paso acertado, sino lógico. Implicó asumir el reto de transformarla de un tótem legislativo a un verdadero instrumento vivo y activo que garantice un Estado social de derechos. Sin embargo, este valioso esfuerzo fue también tímido. De las cinco acciones legales contempladas en la ley para hacer valer la Constitución de Yucatán, sólo una puede ser ejercida por las y los ciudadanos comunes y corrientes. Esta única “concesión” (habría que entenderla así) es la acción contra omisión legislativa o normativa. ¿Para qué sirve? Cuando el Congreso del Estado o el Gobierno del mismo o los ayuntamientos omiten emitir una disposición (ley, norma o reglamento, según el caso) a la que están obligados conforme a la Constitución, tenemos la “concesión” de interponer la acción contra omisión legislativa o normativa para que el Tribunal Constitucional de Yucatán (compuesto por los mismos Magistrados del Tribunal Superior de Justicia del Estado) les ordene satisfacer dicha ausencia. 

En noviembre del año pasado, el Equipo Indignación interpuso la primera acción por omisión legislativa en la historia de Yucatán. En su escrito, esta ONG demandó al Congreso del Estado por no tipificar el feminicidio como delito grave (actualmente, robar ganado o un vehículo de motor sí son delitos clasificados como graves). Pero más allá del fondo de la demanda, resulta un momento decisivo para este recién estrenado Tribunal Constitucional de Yucatán. El Pleno tiene en sus manos la posibilidad de determinar la procedencia y alcance de este tipo de acciones. A través de la futura sentencia, esta “concesión” podría dejar de serlo y convertirse en un verdadero mecanismo de transformación judicial para garantizar los derechos en el Estado. No se trata de un tema menor. La actividad de los jueces constitucionales debe estar encaminada al ejercicio y garantía de los derechos en cada una de las labores institucionales, sirviendo como actor de desbloqueo. Ojalá sea una oportunidad para que Yucatán decida por fin subirse en el último vagón del llamado “neoconstitucionalismo”. 

Colofón: Si bien en el pasado he cometido el mismo error, propongo cualquier abstención de usar el término “colombianización de México”, como si fuese algo peyorativo. En todo caso, los mexicanos tenemos mucho que imitar de un país como Colombia, sobre todo en el nivel de discusión sobre la agenda pública. La escalada de violencia vivida en ese país en el pasado cercano podrá servirnos para tomar algunas experiencias, pero al final del día es otra cosa distinta a lo que actualmente vivimos. A pesar de lo tentadoras y a veces inevitables que puedan ser las comparaciones.

lunes, 6 de enero de 2014

CIUDAD DE LOS NADIE

No me canso de hacer referencia a un texto muy famoso de Eduardo Galeano titulado “Los nadie”. Me tomo la licencia de transcribir su fragmento final: “Los nadie (…) Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.” 

Resulta pertinente retomar las palabras de este escritor uruguayo a unos días de haberse cumplido 471 años de la destrucción de la ciudad maya de Ichkansihó (T'hó), sobre la cual se construyó la actual Mérida de Yucatán. Con el tiempo, sería llamada por antonomasia "Ciudad Blanca", no por el traje típico de sus habitantes (como enseñan en las escuelas), sino porque llegó a prohibirse la entrada a los mayas. Se trató de un verdadero apartheid indígena, hoy difuminado de la historia oficial. Era una ciudad de y para blancos. Francisco de Montejo (a diferencia de Hernán Cortés) es un símbolo de orgullo para muchos yucatecos, por "fundar" una ciudad donde antes no había “nada”, porque sólo estaba habitado por "los nadie". 

Algunas personas pensarán que con estas palabras estoy desempolvando un discurso estéril y retrograda del baúl indigenista de la Guerra Fría. Algunos otros dirán que hay que entender el contexto histórico de Francisco de Montejo, por lo que no es posible juzgar a años de distancia. Otros, incluso, dirán que “ya fue”, que ya no tiene caso. La realidad es que no sólo es posible juzgar a los personajes históricos, sino que debemos hacerlo. Por supuesto, no se trata de un juicio divino: confrontarse con los personajes que han hecho nuestra historia es, en sí, confrontarnos con nosotros mismos acerca de lo que hemos sido y queremos para el futuro. Lo contrario sería como minimizar el holocausto judío atendiendo al contexto de Hitler (el Tratado de Versalles, la Europa entre guerras, la crisis económica, entre otros etcéteras). La fundación de Mérida fue el inicio de una política de exterminio materializada en lo que hoy día sería catalogado como un genocidio cultural (recordar el Auto de fe de Maní) y un apartheid, como ya he mencionado. 

Más aún, el análisis del pasado obliga a una reflexión sobre el presente. Es ilusorio asegurar que se trata de un tema superado teniendo en frente una ciudad estridentemente polarizada. Mientras el noreste del plano urbano se vanagloria del “progreso” y crecimiento (materializado en la inédita sombra de edificios de departamentos y comercios que germinan de un día para otro), el extremo opuesto de la ciudad sigue siendo de los nadie. Aquellos que no disfrutan de los mismos servicios, ni en las mismas condiciones. Aquellos que no son Mérida, sino una especie de pasado estratégicamente oculto bajo la cama. Aquellos que viven en zonas de “chacas”, de “indios”, por lo que no representan lo que “verdaderamente” es la esplendorosa Ciudad de las Buenas Costumbres. Por supuesto que no estamos lejos del paradigma impuesto por los Montejo: nos encontramos ante su máxima expresión.