lunes, 25 de noviembre de 2013

EN SU LUZ (LEYENDA APÓCRIFA)

Para las realidades que, ante el mundo, son sólo leyendas

Todas las noches, Nicte se refugiaba en los brazos de su hamaca para que él no la viera. Fingiendo estar dormida, se acariciaba el rostro y descubría que el día anterior aún no se había borrado por completo de su ojo izquierdo. Su madre le ayudaba a ocultar (sin éxito) las llagas de su cuerpo bajo el hipil. Ella no entendía el porqué, pero el jaguar tomaba forma de humano al anochecer e iba a buscarla: irrumpía en su casa ladrando como un perro, destrozando todo lo que había a su paso. Su madre siempre trataba de detenerlo, pero era inútil. Entraba al cuarto y reconocía la silueta de la pequeña, tendida entre las paredes y pretendiendo el sueño. Una vez sobre su presa, se alimentaba de ella; sin hincar su dentadura sobre la piel, sin tener que arrebatarle fragmento alguno de su carne. Nunca era un sueño. Lo sabía por las astillantes lunas púrpuras en sus brazos que quedaban tras su lucha por sobrevivir. 

En una ocasión, mientras esperaba acostada en su habitual escondite, un colibrí oyó su llanto y entró por la ventana. Nicte le contó cómo el jaguar, noche tras noche, se alimentaba de su espíritu y le arrancaba su niñez. El ave, conociendo más allá de lo que los humanos pueden ver, le dijo que podía escapar volando por la ventana para nunca regresar. Pero ella no quiso intentarlo, pues era conocido por todos que los humanos no pueden volar. De cualquier forma, le suplicó que espere a su lado hasta que él llegase. Aceptó. A partir de esa noche, el colibrí aparecía y esperaba a que el jaguar se fuera para poder consolarla. Le insistía que huyese volando con él, pero ella seguía sin creer que eso fuese posible. Desde la ventana, lloraba junto con ella, en silencio. 

Llegó el día en que Nicte se enfermó de gravedad: su cuerpo comenzó a hincharse, comenzando por su estómago. Los ancianos del lugar coincidían en que esto era producto del demonio. Ella no entendía, como siempre. Lloraba, escuchaba, presenciaba, padecía; pero no entendía nada de lo que sucedía alrededor. Finalmente murió. 

Cuentan que, una vez que se incineró el cuerpo de la pequeña, el colibrí recogió una a una las cenizas que fue encontrando. Esparciéndolas por el monte y la selva, los pequeños rastrojos comenzaron a volar, dejándose llevar por el viento. La pequeña al fin siguió el consejo de su compañero nocturno y era libre; se extendía como la humedad entre arbustos y árboles. Para sorpresa del colibrí, las cenizas comenzaron a brillar e iluminar su trayectoria para que él pudiese encontrarla en la oscuridad. Según la abuela, esa fue la primera noche que se vieron luciérnagas en el pueblo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

MÚSICA Y MOVILIDAD SOCIAL

Este miércoles se estrenó “Multi_Viral”, canción compuesta por el grupo boricua Calle 13 y el australiano Julian Assange. Es más que evidente la intención de su letra: simplificar la agenda universal en torno al creciente debate sobre el derecho a recibir información. Con frases como “una noticia mal contada es un asalto a mano armada” y “your lies tell us the truth we will use against you” (tus mentiras nos dicen la verdad que usaremos en tu contra), este sencillo pareciera un inventario de las críticas generalizadas en redes sociales; no únicamente en ellas, pero sí catapultadas a partir de ellas. Pero no es el objetivo de estas líneas hacer una reseña inútil sobre aquello que puede ser fácilmente escuchado por el lector a través de internet. Más bien, quisiera hacer una breve reflexión acerca del contexto en el que esta canción es estrenada. 

¿Qué papel juega la música en la dinámica social? La pregunta en sí misma pareciera estar destinada al fracaso al ser un análisis imposible de abordar en tan pocas líneas. Sin embargo, no es superfluo cuestionarse si son los movimientos sociales los que necesitan a la música o es ésta la que necesita de ellos. Desde los corridos en la Revolución Mexicana y Silvio Rodríguez durante la Guerra Fría en América Latina, hasta John Lennon en la Guerra de Vietnam y el “American Idiot” de Green Day durante la época Bush, los puntos más álgidos de movilización social han llegado con su aparejada e inevitable música de fondo. Por supuesto, no estoy diciendo que esta canción de Calle 13 vaya a convertirse en un himno. El punto al que trato de llegar es este: las canciones “de protesta” (por llamarlas de algún modo) han tenido éxito más allá de su propia capacidad “comercial”. Más bien, han tenido éxito como un síntoma de aquello que se denuncia es un sentimiento compartido por una colectividad. 

Volviendo al ejemplo de Calle 13 – sólo como botón de muestra y no punto de referencia –, si bien este dúo puertorriqueño dio a conocerse a partir de la comercial “atrévete tete” (con la cual se sospechaba que se trataban de un one-hit-wonder), su verdadero éxito y consagración no llegó sino hasta su disco “Que entren los que quieran”, en el profundizaron en temas de denuncia y crítica a diferentes gobiernos. No es extraño que este disco se haya popularizado entre la juventud ávida por participar en movimientos, marchas y proyectos sociales en el hemisferio. Canciones como “Latinoamérica” y “Calma pueblo” concentraban ideas dispersas que algunos (o muchos) adoptaron como banda sonora para la realidad política a la que se enfrentaban. Prueba de ello es el hecho de que distintas frases de ese disco figuraron en pancartas y porras durante las marchas el movimiento #YoSoy132. 

No sé –y en estos momentos no es relevante- si esta canción tendrá éxito o si Calle 13 seguirá de moda. Lo que sí importa es revalorar la música como pulso social. Tristemente, eso me lleva a muchas conclusiones respecto de música deplorable que ocupa la mayor parte de las horas de radio.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

OTRO DERECHO ES POSIBLE

Quizá una definición del derecho que difícilmente pueda encontrarse en las Universidades hoy día sea la siguiente: “conjunto o sistema de normas que dirigen al hombre y a la mujer a un modelo social determinado y obligatorio”. Por generaciones, la doctrina nos has hecho creer que el derecho representa un orden natural de las cosas o una estructura de preceptos y sanciones construidas por obviedad. Lo justo, lo equitativo o lo humano parecieran ser conceptos de resolución automática. Sin embargo, determinar a qué llamar justo, equitativo y humano es una tarea que sólo puede ser concebida mediante un proceso de construcción y constante reconstrucción social en relación a qué modelo queremos adoptar para garantizar la vida humana. El actual es tan sólo una opción, más no la única. 

El derecho, al menos como es comprendido desde una perspectiva “clásica”, es el construido y desarrollado por el hombre blanco, heterosexual, que tiene propiedades, que es adulto, que no es indígena y que está sano. Y desde la visión del hombre blanco, heterosexual, que tiene propiedades, que es adulto, que no es indígena y que está sano, se educa a todas los demás personas acerca de cómo deben de comportarse, como deben obedecer y cómo deben ser sancionados. Con el sistema jurídico predominante, también se instaura un determinado sistema moral con específicas cultura societal, instituciones y dogmas. Si el actual es un modelo que garantiza la exclusión, la discriminación, la sumisión y la confrontación, entonces difícilmente podemos esperar que el derecho como hoy lo concebimos sea el camino redentor. 

¿Qué a qué viene todo esto? Que resulta que, a pesar de tantas reformas jurídicas en los últimos años, permanece intacta el sistema patriarcal, kelseniano, positivista, utilitarista y paternalista. Y es que de nada sirve, por ejemplo, una reforma en derechos humanos si aquellos que llamamos “derechos humanos” son conceptualizados única y exclusivamente por quienes los han violado históricamente. Son pocos los efectos que podrá tener la reforma de amparo si no se garantiza que éste sea un recurso accesible para la gran parte de la población que no tiene presupuesto para pagar un abogado. No tiene sentido una reforma hacendaria si el erario público aún no es concebido como materia prima para garantizar y cumplir los derechos humanos de quienes los pagan. Resulta un completo espejismo creer que una reforma en el sistema penal, civil y familiar permitirá una justicia más “justa” y procesos más rápidos, si las autoridades continúan ejerciendo sus labores con la misma mentalidad y falta de voluntad que, en principio, fue la raíz de los problemas en el sistema antiguo. Junto al cambio legislativo debe generarse un cambio de conciencia alrededor del derecho. En este sentido, coincido con Duncan Kennedy en que esto es, en gran medida, responsabilidad de las escuelas y facultades de derecho (públicas y privadas).