domingo, 25 de abril de 2010

Soy un nadie, me dijeron*

Una vez más, me dijeron que soy nadie. Un ser humano a medias o quizá en proceso de ser menos incompleto, pero un Nadie a final de cuentas. Para el colmo, en una muestra de caridad publicitaria, se presentaron como la solución al falto modelo adánico que ven en mí: “ser alguien sin dejar de ser tú”. ¿Hasta dónde ha llegado la burocracia que no basta con ser uno mismo? Ahora necesitamos pasar por el largo y tortuoso trámite de “ser alguien”. Y yo que pensaba que los trámites para licencias de uso de suelo del ayuntamiento eran un absurdo.

Si he entendido mal el mensaje, que el lector me saque de este error. Pero mi preocupación va más allá de estos anuncios en las calles y revistas de la ciudad. Pareciera que los medios de comunicación se concentran cada vez más en tirar a la basura lo que hago y mis ideas, a lo que me dedico y aspiro, porque simplemente aún no soy “alguien”; porque sigo siendo Yo, la esencia natural de la que no he podido ni pienso nunca despegarme. ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo en la mercadotecnia que busca convencernos de que somos seres incompetentes para ser felices, que necesitamos de “algo” externo para medir nuestra satisfacción con la vida? Yo, por lo tanto, no seré feliz, según ellos, porque entre mis metas no figura que un sector, una institución, una revista o una marca me otorgue el título nobiliario de “ser alguien”. Disculparán mi mediocridad, pero me basta con ser Yo, que incluye mis defectos y mi lucha constante por corregirlos.

Si de algo han ofendido mis palabras, pido disculpas por no guardar silencio. De cualquier forma, poco deben preocuparse: son sólo opiniones de un Nadie.

(*) Artículo publicado en la Revista Peninsular

jueves, 15 de abril de 2010

Por qué no voy a votar*

Originalmente había planeado abordar el tema de las próximas elecciones durante las dos semanas previas a los comicios, pero es tanto lo que uno como ciudadano puede decir durante estas campañas que no pude resistir la tentación de adelantarme. Espero puedan servir de algo mis humildes observaciones para todo aquel que, a diferencia mía, sí va a votar este dieciséis de mayo. Sin afán de restarles importancia a los otros candidatos, me centraré únicamente en los dos que han obtenido una mayor proyección en los medios locales, con el fin de dar mis perspectivas sobre lo que podría y lo que no debería suceder en los resultados de la votación.

Probablemente estas elecciones pasen a la historia por ser la primera vez que Mérida y sus habitantes han elegido alcalde meses antes de que se abrieran oficialmente las urnas. Lo hemos decretado de manera expedita en las calles, los cafés, las escuelas, las discos, los almuerzos familiares y en la prensa. Sea cual sea nuestra filiación política, militantes de uno u otro partido (o de ninguno) dan por un hecho quien será la próxima presidenta municipal. Pero esta predicción podría tratarse de una simple profecía que amenaza con cumplirse a sí misma. ¿De qué sirven las elecciones si dejamos nuestro voto ir con la corriente de lo que ha sido anunciado en la prensa como un resultado inminente? Y lo que pienso cuestionar no es si ésta señora va o no a ganar las elecciones, sino la actitud de nosotros, los ciudadanos, ante las votaciones próximas.

Cierto es que Beatriz Zavala no ha sido la candidata que más ha destacado. Por lo que percibo (corríjanme los panistas si estoy equivocado), esta señora ha tenido que batallar con una campaña pésimamente asesorada, sin una estrategia concreta para poder convencer y simpatizar con el electorado. Limitándose a vanagloriarse de los “veinte años de éxito” en el gobierno, el PAN se demostró sin ideas nuevas, sin mucho que decir y con poco contacto con las principales preocupaciones de los ciudadanos. Como agravante, los sectores menos afortunados de Mérida vieron con desconfianza el discurso romántico que trataba de convencernos de que todo en la ciudad está bien y que sólo hay que “mantenerse así”.

Esto ya se veía venir desde las elecciones pasadas para diputados federales. Por acuerdo federal, al menos la mayoría de los candidatos de éste partido presentaron el mismo paquete de iniciativas con la intención de garantizarle al electorado su cumplimiento una vez que hayan ganado la mayoría parlamentaria. Esto no sucedió, entre muchas otras posibles causas, por una en particular: el PAN olvidó como siempre que los mexicanos votan mirando sus carteras. Si bien el narcotráfico es una emergencia nacional que tiene en una suerte de estado de sitio a distintas partes del país, a la hora de elegir las propuestas más llamativas, la gravedad de la crisis económica y la falta de oportunidades se vuelven prioridad para gran parte de la población que en su mayoría no han sufrido la amenaza del crimen organizado de manera directa y personal. Ni hablar de lo que esto significa en Mérida, donde aún vivimos en una burbuja rosa donde podemos fingir que no hay narcotráfico porque no lo vemos de forma latente en tiroteos o balaceras. Ojalá y nos duré el cuento. Pero mientras no seamos Ciudad Juárez, el tema del narcotráfico produce en el meridano el mismo impacto que al mexicano promedio le produce las noticias del movimiento armado en Sri Lanka. Se trata de una barbarie, preocupante, pero que no representa una prioridad en lo que se refiere a su situación personal. Lo mismo pensarán en Sri Lanka sobre las muertas de Juárez.

Así se dieron las cosas. Con propuestas dirigidas a los empleos (sobre todo de universitarios y recién egresados) y la creación de becas y otros apoyos para la juventud, el Partido Revolucionario Institucional llega a estas elecciones municipales con un segundo aire de popularidad, gracias a que decidió apostarle a los jóvenes (y luego aprovecharse), quienes actualmente son la mayor parte del electorado.

Pero el PRI también debe cuidar los movimientos que haga al aprovechar estas ventajas. Con una gobernadora cuya popularidad va en declive y diversos episodios que ponen en tela de juicio muchos aspectos de su administración, el PRI está acumulando descontentos en una olla a presión que podría estallar en el momento más inoportuno políticamente hablando, como las elecciones para gobernador estatal, por decir un ejemplo. Si Angélica Araujo gana, llegará a la alcaldía con una ciudadanía cada vez más desconfiada de la “nueva” etapa priísta, producto de una serie de errores que se han valido la indignación y hasta la burla del la opinión pública (como ejemplo, bastará con decir Chichén Itzá). Veríamos a una alcaldesa que llega al poder sin el respeto y confianza que una autoridad debería inspirar, incluso entre ciertos grupos priístas.

Pero yo no voy a votar. No hay vuelta de hoja en el asunto y es un hecho. Y no lo haré por una sencilla razón: perdí mi credencial de elector. Los que son un poco más responsables que yo al llevar su identificación a una disco, tienen la responsabilidad cívica de hacerlo. Me parece ridículo que muchos no voten resignados al decreto social que se ha hecho sobre quién ganará. El que esté en posibilidad debe votar para que, en caso de que ésta señora gane, sea porque realmente la mayoría de la población la eligió y no porque el abstencionismo puso las estadísticas a su favor. Y quién sabe, podríamos darnos sorpresas con los resultados, cosa que ya ha pasado en la historia de nuestro estado, como en algunos distritos en las últimas elecciones para diputados federales. Yo tendré que conformarme con las consecuencias y abstenerme de ejercer mi derecho a opinar durante el siguiente gobierno local (lo cual, siendo sincero, dudo cumplir).

De más está decir que gane quien gane, únicamente deseo lo mejor para esta ciudad que me ha visto crecer y que amo como a ningún otro lugar lo haré. Las urnas los esperan. Independientemente del resultado, asegúrense de que sea contundentemente una decisión de la mayoría. Por mi parte, prometo tener más cuidado con mi identificación y estar de nuevo activo para cuando haya que elegir al gobernante de nuestro estado.

(*) Artículo publicado en la Revista Peninsular


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