lunes, 21 de diciembre de 2009

Al-Sirr

Éramos tres musulmanes y un católico tomando el metro. Menuda combinación, diría yo. Pero en una ciudad tan pluricultural como Toronto, eso es cosa de todos los días. Esperando el largo trayecto entre estación y estación, iba compartiendo con Hussein, Labib y Muhammad las distintas impresiones que teníamos de aquella Babel canadiense, según nuestras perspectivas personales como extranjeros provenientes de Arabia Saudita y México, en mi caso. Íbamos de tema en tema, como de costumbre; hasta que, por alguna razón que aún no recuerdo, topamos el tema de la homosexualidad.

Sabía desde antes que Arabia Saudita era una de las muchas naciones en el mundo donde la homosexualidad aún es un delito; pero escuchar a Labib contarlo fue como enterarse por vez primera. Uno puede leerlo a diario, saberlo como cultura general; pero hasta que uno no encara a un saudí defendiendo y fundamentando la “justa” legislación de su país, no se vislumbra la información como una realidad.

Muhammad era el que menos hablaba inglés de ellos. Desde el día en que lo conocí en la casa de huéspedes, aprendí a comunicarme con él principalmente por señas, incluso más que de manera oral. Recuerdo haberle enseñado palabras como street, water y walk, tratando de ayudarle a construir frases completas. Quizá por esa falencia permanecía en silencio durante nuestras conversaciones más profundas. Aquél día, como otros, calló durante todo el camino; pero yo sabía que la barrera del lenguaje no era la causa de su silencio.

Al ser vecinos de habitación, convivía más con él que con Hussein o Labib, quienes hacían estancia en otra residencia. Muhammad era un espíritu bastante ansioso, todo lo que lo rodeaba parecía ser una novedad para él. Realmente lo era, puesto que era la primera vez que visitaba un país occidental. A escondidas, sin que sus amigos se enteraran, probó su primera cerveza durante su primera salida a una disco, donde por primera vez adoptó la costumbre de saludar de beso en la mejilla a mujeres que no conocía. Por cierto, tomó su primer tequila conmigo, para luego contarme que no entendía por qué era ilegal en su país: nadie de los presentes murió después de aquél shot.

Conforme fue aumentando su vocabulario, también lo hicieron sus dudas. Incluso la gastronomía comenzó a ser un conflicto ideológico para él. ¿A qué sabe la carne de cerdo?, me preguntó con una profunda curiosidad. Para mí igual fue una experiencia aquella cuestión. ¿Cómo explicarle a alguien un sabor que nunca había experimentado por motivos religiosos? Riéndome le contesté que sabía a eso: a cerdo. ¿Pero a qué carne se asemeja? ¿Sabe como la de la vaca o la del camello? Era un verdadero choque de culturas. Comencé a sentirme cada vez más mexicano y él, más árabe.

Llegué a conocer bastante bien a Muhammad, incluso más de lo que Hussein y Labib lo conocen. Él nunca me contó su secreto, pero sí lo hizo la HP Compaq que compartíamos para usar Internet durante nuestra estancia.

Desgraciadamente, Muhammad no tenía la costumbre - sana costumbre - de borrar su historial. Tampoco desconectó nunca la herramienta de autocompletar en Google y en la caja de direcciones, para evitar que el Explorer revele automáticamente a otros usuarios (o sea, yo) las páginas a las que él había entrado. Peor aún, la estampida de publicidad pornográfica que se abría en ventanas de Internet de manera involuntaria lo delataban aún más. Así fue como me enteré de la homosexualidad de Muhammad: por los vestigios de las que posiblemente fueron las primeras páginas porno a las que entró en su vida.

Comencé a fijarme en detalles o quizá éstos empezaron a resaltar más por sí mismos. Nunca dije nada (como es lógico de pensar), ni hubiese tenido nada que decirle de todos modos. Él me había confiado un secreto sin saberlo, por accidente. Yo, simplemente lo acompañé en su silencio.

Al Riad no era Toronto y eso le asustaba: no sabía qué hacer con tanta libertad que Canadá le ofrecía. Tampoco imaginaba qué haría cuando ésta se terminara.

¿Y cual es el castigo para los homosexuales en tu país? Labib sonrió antes de contestarme. Sabía el impactó que iba a tener la respuesta en mi cosmovisión de occidente: decapitación con un sable en la plaza pública de Al Riad.

De haberlo leído en algún sitio de Internet hubiese pensado que se trataba de una broma, propaganda antiislámica auspiciada por el expansionismo gringo. Pero ahí estaba yo, frente a frente con un saudí que me confesaba la realidad de su país.

Muhammad, en silencio, pretendía que no escuchaba nada, mientras perdía su mirada a través de la ventana del tren subterráneo. Guardando su secreto, trataba de imaginar lo sencillo que serían las cosas si cualquier parte en el mundo fuese como Toronto.

Epílogo: los nombres de los personajes que intervienen en la historia fueron cambiados por respeto a la dignidad personal de cada uno de ellos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Ecos fósiles

Hablar. Poder que nos convirtió en la especie victoriosa de la evolución. Con el idioma, la comunicación alcanzó el cénit y los humanos aprendieron a acrecentar el conocimiento personal alimentándolo con el de otros. Eso fue la clave del éxito, del desarrollo.

El hombre comenzó a hablar y desde eso no se ha callado. Algunas veces, callarse sería igual un signo de evolución. Por lo menos lo haría un poco más humano.

El don del lenguaje se encuentra oculto en el denominado gen FOXP2, ubicado en el cromosoma siete de nuestro código genético. Una mutación ancestral en este gen fue la que habilitó la comunicación verbal en nuestra especie al producir el desarrollo de ciertos linajes neuronales. Desde entonces, nos volvimos únicos, quedando en completo aislamiento del resto de los animales. Nos convertimos en humanos modernos, inalcanzables para especie alguna.

Al menos, eso creíamos hasta hace unos años.

La historia la escriben los vencedores, me han dicho. Pero quizá haya que extender el alcance de esta premisa a la prehistoria. Durante siglos, los libros de antropología, biología e historia han resumido la gran batalla por la supervivencia del Neandertal, especie que vivió de forma paralela al Homo Sapiens, extinguiéndose debido a la inteligencia y tecnología superiores de este último. Éramos dos linajes completamente diferentes, dos especies que compitieron hasta la desaparición de la más fuerte y de mayor tamaño: los neandertales.

Caín sí mató a Abel después de todo.

Pero esta suerte de humanos bestias, subestimados a lo largo de la historia, ha comenzado a revelarnos una realidad distinta. Investigaciones recientes para estructurar el mapa genético de los neandertales han dado origen un nuevo descubrimiento: la misma mutación en el gen FOXP2 se encuentra en su ADN, por lo que pudieron desarrollar un lenguaje al igual que los Homos Sapiens. Con esto, la voz deja de ser un privilegio para el hombre moderno.

Cráneos de mayor volumen que los de nuestros antepasados, rituales fúnebres bien definidos, organización social estructurada y una gran adaptación para climas fríos. Los descubrimientos refutan por completo la idea tradicional de bestias incapaces de crear herramientas y en completo atraso evolutivo ante los humanos. Más aún: algunos paleontólogos se han aventurado a publicar explicaciones acerca de posibles trueques comerciales entre ambos seres.

¿Qué habrá pasado con los neandertales?

Eran la otra especie, los que por algún capricho del azar (probablemente factores climatológicos) desaparecieron, dejándonos como los únicos no-animales, como la razón primigenia de toda la creación. Así aprendimos a describir los hechos: el mundo fue únicamente para nosotros, nadie sobrevivió para escribir algo distinto.

Nosotros escribimos la prehistoria, porque fuimos la especie que sobrevivió. Ahora, el neandertal, desde sus restos fósiles, decide después de unos milenios de silencio ejercer su derecho de replica.


lunes, 30 de noviembre de 2009

Colores terrestres

Regina tenía nueve años y su juguete favorito era un gran Atlas pictórico del mundo. Aquel libro había sido un obsequio del periódico a todos los suscriptores con más de dos años de antigüedad, por la generosa cantidad de setenta pesos. Permaneció varado en el librero desde que se incorporó al inventario de la casa. Años después, ella lo descubriría una tarde de ocio, tras una larga mañana en que la varicela fue motivo para no ir a clases. Estuvo alrededor de ocho días en reposo, en compañía de los continentes a escala, ilustrados con gran detalle en sus relieves e hidrografía. Por instantes, creía realmente tener al mundo entre sus manos.

Jugando entre sueños, observándolo, conoció de lugares lejanos. Desde el Magreb hasta la Cochinchina, cruzando por Bering hasta llegar a Ushuaia. El mundo era suyo y descubría cada uno de sus rostros, con los colores con que habían sido ilustrados en cada página: Islandia era azul turquesa y de bordes blancos y decembrinos, mientras que Brasil era verde y de contornos amarillos que evidenciaban playas inimaginables, tapizado con venas de agua dulce que se extendían hasta el Perú, cuya cordillera lo teñía de morado. Arabia Saudita era sepia. Simplemente sepia, sin elevaciones importantes ni ríos que hayan llamado la atención del cartógrafo. ¿Quién viviría en un lugar así? Las clases ahí seguramente eran más aburridas que cualquiera de las que ella tenía a lo largo de la semana. Les hace falta un poco de color, un poco más verde, pensó. Las niñas ahí debían ser muy serias y rara vez sonreían. Quién sabe. El día que ella se convirtiera en pilota lo averiguaría.

Indonesia era verde esmeralda y de pecas montañosas color púrpura. Regina sonrío: después de todo, no era la única con varicela en el mundo. Le llamó la atención ver la infinidad de islas que le daban forma. ¿Cómo harán las abuelitas en Yakarta para visitar a sus nietos en Ujung Pandang?, se preguntaba mientras hacía un esfuerzo para leer los nombres tan peculiares de ciudades y aldeas en el archipiélago. Seguramente era el lugar más pacífico de la tierra. La gente que en vive en islas siempre es alegre y divertida, pensó. Los indonenses (como ella los bautizó) pasarían los días jugando en la arena y comiendo coco (porque eso hay en las islas) sin meterse con nadie. Debía ser como un Cozumel, pero para chinitos.

¿Pero quién demonios viviría en Kazajstán? Eso ni siquiera era un nombre. Por sus papás había oído hablar de España o la India, pero de aquél lugar jamás. Ni siquiera su maestra de geografía supo decirle algo cuando le preguntó. Creo que está por África, dijo la maestra Carmita. ¿Estás segura de que así se llama? Voy a averiguar y te digo mañana. Regina esperó varias semanas, pero la maestra nunca cumplió su promesa. Quizá era la única en el mundo que se preocupaba por los pobres hombrecitos que vivían ahí. ¿Qué idioma hablaban? ¿Qué comían? Francia e Inglaterra cabían fácilmente en ese territorio, pero nadie sabía nada, como si nadie los hubiese visto. Eso es, exclamó, debe ser un país de hombres invisibles, por eso nadie los conoce. Ahora sabía donde iría a vivir cuando sea grande y haya terminado la primaria: ciudades invisibles, coches invisibles, caballos invisibles. Era el lugar perfecto. ¿Acaso los kazajos podrían verla a ella?

Sudáfrica era café oscuro. Tal vez estaba llena de africanitos, por eso se veía así. Zaire (que al momento de editarse el libro aún se llamaba así) era de las pocas partes verdes de África. Las cosas debían ser diferentes en ese país: más plantas y menos gente. Quizá había gorilas o serpientes y leones, por eso la gente prefería no vivir ahí. No los culpaba, a ella igual le daban miedo los animales salvajes. Nada mejor que vivir en lugares apartados de la selva, donde los peligros estaban a la orden del día. Por eso los africanitos no vivían ahí, para estar seguros en sus casas. Entonces Sudáfrica se parecía a donde ella vivía: la única preocupación de los niños era tener que ir a la escuela.

Japón era marrón mohoso y Australia una isla de ígneos tonos naranjas. Holanda era verde pistacho (o marihuana) y China era roja. Adquiría tonos distintos por el Tibet y Xinjiang, pero principalmente era roja, como si tuviese yagas en el rostro.

Hasta ahora, ella dice que fue el primer libro que terminó. Nadie la toma muy en serio cuando lo dice, pero está segura: lo leyó completo.

Un domingo de misa, la familia se sentó en primera fila como de costumbre. Por lo general, Regina no prestaba atención a nada de lo que se decía, pero la lectura bíblica captó su atención por primera vez. Era el Génesis, describiendo paso a paso como fue creado el mundo en siete días.

Al salir de la Iglesia, la mamá no pudo ignorar el semblante de molestia en el rostro de su hija. ¿Qué te pasa? ¿Estás molesta?, le preguntó. Regina volteó a verla con cierta indignación.

- Mamá ¿es verdad que Dios es niño?
- Sí hija, respondió poco convencida, ¿Por qué lo preguntas?
- No, nada, dijo la pequeña mientras proyectaba su mirada a través de la ventanilla del coche, bastante desilusionada. Como colorea muy bien, pensé que era niña.

miércoles, 7 de octubre de 2009

G.D.O. = DOG

"Miguel Hidalgo: Padre de una patria libre, para hombres libres". Así versa el grabado bajo la estatua del prócer mexicano, ubicada en la avenida Circuito Colonias, en Mérida. Siempre me ha llamado la atención ese monumento, no por la frase en sí o el cura inmortalizado en la glorieta; sino por el autor de dicho halago: Gustavo Díaz Ordaz. Me parece ridículo que se atrevan a citarlo de tal forma, teniendo en cuenta las huellas con las que ha quedado plasmado su paso como presidente en la historia mexicana.

Ni la construcción del metro de la Ciudad de México, ni la firma del Tratado de Tlatelolco (del cual surge el Organismo para la Proscripción de Armas Nucleares de América Latina), ni la Ley Federal del Trabajo, ni otorgar el voto a los jóvenes de dieciocho años, ni siquiera organizar las Olimpiadas de 1968 en nuestro país figuran como las marcas más distintivas de su sexenio. Si algo caracterizó la administración de Díaz Ordaz fue el despotismo y la censura que ejerció al nivel de las peores dictaduras militares latinoamericanas; prácticas de las que, sin ser dictador o militar, se valió para reprimir tanto a estudiantes y médicos del ISSTE, como periodistas o cualquier individuo que se atreviera a manifestarse públicamente en contra de su régimen.

Control de medios de comunicación, supresión de la libertad de expresión y violaciones continúas a los Derechos Humanos. Ese es el recuerdo que trae hablar de su gobierno. Es la sentencia de la historia – la única de este mundo de la cual no pudo salvarse – que ha dejado ese estigma sobre su nombre. Basta recordar el cierre del Diario de México en 1967, el cual en una edición - debido a un descuido humano - cambió los pies de página correspondientes a dos fotografías: la primera, del presidente Díaz Ordaz y su gabinete, y la segunda, el nuevo espécimen de chimpancé en el zoológico de la ciudad.

Nadie puede dudarlo: cómo cualquier gobernante, siempre hay puntos positivos que dejó para el país – los cuales menciono al principio del segundo párrafo. Incluso Hitler en materia económica fue lo mejor que pudo pasarle a Alemania al principio de la guerra. ¿Pero a qué precio? ¿A caso no el desarrollo económico se vio afectado por la poca confianza que había para invertir en México debido a su despótica administración?

Ni hablar del 2 de octubre en Tlatelolco – matanza de la que él fue uno de los autores intelectuales- que esa historia habla por sí sola.

No digo nada que no se haya dicho antes, ni hay mucho que exigir teniendo en cuenta que el personaje al que hago referencia en éste escrito ya murió. Sólo pienso que el mexicano debería ser más conciente antes de colocar una frase tan incongruente con su autor como en aquel monumento de la ciudad. Lejos de ser en memoria a Miguel Hidalgo, parece ser en honor del sádico y vulgar cinismo con los que algunos tiranos han gobernado en el pasado esta
patria libre, para hombres libres.

(Por cierto, el título lo saqué de un graffiti del D.F. hecho alrededor de 1967)



Vale la pena verlo hasta el final

jueves, 10 de septiembre de 2009

Inventando paisajes

Para Edel, por dejarme más dudas que respuestas

Edel Navarro trabaja como cantinero en uno de los barrios más pobres de la Habana. De mañana, cuando aún no ha abierto el bar, utiliza su pequeña motocicleta de los años sesentas para hacer las veces de transporte público informal. El dinero es escaso y la necesidad abundante como la jerga de los taxistas no oficiales que, al igual que él, tienen que inventar el negocio; es decir, hacerlo bajo el agua.

Por las noches, Edel suele probar suerte con su caña frente al malecón. Como técnica rudimentaria utiliza un preservativo inflado para amarrarlo a la altura del anzuelo, con la intención de que el viento lo empuje a una distancia donde la profundidad facilite el botín nocturno. Para él comprar un preservativo resulta bastante económico, ya que vive en un país cuyo gobierno apuesta todo por facilitar la salud pública a toda la población.

Mientras espera, observa la sombra del horizonte ahora indivisible por la oscuridad. Sabe que del otro lado del golfo se encuentra Estados Unidos, país donde nunca quisiera poner un pie en su vida. También sabe que en dirección opuesta se encuentra México y Centroamérica, donde tiene algunos familiares. Quizá al noroeste se encuentre la línea recta que marque la dirección a destinos como Londres o Estambul. Sabe bastante de esos lugares, puesto que ha aprendido de historia universal desde que estaba en la primaria y ahora ostenta un titulo de historiador.

¿Qué hará a Edel pescar todas las noches cuando ni siquiera puede ver los límites entre el mar y el cielo estrellado? Muy sencillo, - me explicaba – porque es la única vista del globo terráqueo que podré presumirle al sol cuando regrese de su larga travesía por la mañana .

miércoles, 26 de agosto de 2009

Destruyen poblado en Campeche

13 de agosto de 2009. San Antonio Ebulá (una pequeña población en el estado de Campeche, a tan sólo unos minutos de la ciudad del mismo nombre) ha sido destruida: las casas, los cultivos e incluso los animales domésticos con los cuales sobrevivían sus habitantes. Setenta familias desalojadas alrededor de las seis de la mañana. Lo abandonaron todo, sin medios de subsistencia o posesión alguna que pudieran llevar consigo: las casas fueron incendiadas hasta reducirse a cenizas.

Soy el principal critico del dramatismo-mercadológico; pero lo anterior es apenas un reflejo sumario (y bastante sobrio para muchos) de lo sucedido en aquella población hace apenas unas semanas. La historia es compleja y con bastantes factores a considerar, pero tratando hacer un resumen ágil y general, diré lo siguiente:

Las pruebas apuntan a un poderoso empresario en Campeche llamado Eduardo Escalante, quien desde hace dos años ha intentado hacer que las tierras donde se encontraban los habitantes de Ebulá pasen a ser parte de su propiedad. Intentos violentos de desalojo, acuerdos que prometían darles nuevas tierras (las cuales resultaron estar en las peores condiciones) y varios otros capítulos de lucha por las propiedades desembocaron en el desalojo total de la comunidad. Se calcula que unas cien personas llegaron a la población el trece de agosto de este mes para arrebatar las tierras a las setenta familias que llevaban alrededor de cuarenta años viviendo ahí. La policía atestiguó los hechos: ninguno de los atacantes fueron detenidos.

Gran parte de los desplazados ahora se encuentra acampando en la plaza pública de Campeche, esperando una respuesta del gobierno estatal y federal, tratando de sobrevivir con la ayuda recibida por diversas agrupaciones y gente que ha simpatizado con la causa.

Ebulá es reconocido como población por el Instituto Federal Electoral, el Ejecutivo federal, la Secretaría de Educación Pública, el Congreso y los gobiernos estatal y municipal; lo cual hace inexplicable que un particular pueda adquirirlo como parte de su patrimonio.

Ambos lados tienen sus respectivos derechos de réplica e indudablemente cada uno tendrá sus aciertos y erratas; pero dudo mucho que alguno justifique el uso de la violencia contra civiles, la destrucción de sus hogares, dejarlos en situación de vulnerabilidad y escasez de recursos, así como la impunidad para los pocos que tienen el dinero suficiente para mover la balanza a su favor.

martes, 28 de julio de 2009

El Circo llegó a la ciudad

Mamá Carlota lleva dos años, pero se siente quinceañera. Lo sé, porque es difícil esperar que madure tan pronto y que sepa actuar como actúan los políticos que no existen. Ella sabe saludar, aparecerse, pavonearse por las calles que, le han dicho (y lo cree), son suyas; pero no sabe gobernar. No sabe, o no le interesa hacerlo. Después de todo, ella no nació para escuchar a jornaleros inconformes o a las minorías que, durante su campaña, prometió incluir en su asiento real. No. Ella nació para ser una artista, ser vista por todos nosotros. Llamémosle diva si es preciso. Pérez Hilton, para los que la conocen bien. Siempre ha amado tanto al pueblo, que no puede resistirse a las constantes (auto)invitaciones para ser paseada por diversos eventos de la vida pública.

Qué orgullo verla en los espectaculares abrazando niños y posando junto a "NUESTROS” indígenas, como ella los nombra. Hay que celebrarla, hacerle estandartes. Llenemos la Plaza principal y escuchémosle hablar de lo que no ha hecho por nosotros; o simplemente observémosla, que es lo que ella disfruta. Después aplaudamos al rostro del gobierno joven en nuestro Estado: Bendita sea la abeja reina y bendito sea el Photoshop.

Viéndola bailar el vals, la multitud en plena jerga no recordará ninguna maleta olvidada en la zona de promesas. El carnaval ha elegido a su reina; que la música siga el cauce de los años que le duré la corona. Después de la puesta en escena, sus pasos transformarán el sitio en su pasarela triunfal. La multitud en periferia intentará alcanzarla.

-Bonito discurso señora, ¿De qué trató?
-Se ve como nunca, permítame tomarme una foto con usted.
-Disculpe, ¿Por qué organiza un evento masivo? ¿No estábamos en contingencia sanitaria?
-Señora, Emilio Azcárraga está en la línea, quiere felicitarla.
-Por favor, sólo unas palabras para La Oreja. Por favor, señora.
-El presupuesto de programas sociales se está agotando; por favor, no más anuncios suyos.
-Sí, su cameo en la telenovela saldrá el martes.
-Felicidades por el progreso que ha traído a "SU" tierra, señora.
-¿Por qué hacer ésta fiesta si ni siquiera hay razones para celebrar?

Son las voces del desentonado unísono de nuestras calles, tratando de ser escuchadas por la madrastra sin memoria, ni oídos. No es su culpa, está demasiado ocupada últimamente: Michael Jackson le ha quitado rating en nuestras vidas, así que debe plantearse nuevas estrategias de mercado.

¿Con qué Sortilegio debemos vaticinar las próximas aventuras de nuestra gobernadora adolescente?

martes, 12 de mayo de 2009

El monstruo y Pablo

Se había cumplido un año desde que Pablo pasó su primera noche de insomnio. Nunca lo había visto en persona, pero estaba seguro de que el monstruo se ocultaba en algún lugar del segundo piso de la casa. Aunque normalmente los ruidos lo obligaban a resguardarse debajo de las sabanas, esta vez el miedo era acompañado por un hastío insoportable. Aún a los siete años, la paciencia suele tener sus límites.

Después de meditarlo por un rato, decidió que debía defender su derecho a dormir y confrontar aquel escandaloso intruso, aunque eso requiriera una sobredosis de valor que a su edad rara vez se consigue. Armado de un bate de béisbol y de su incertidumbre, la pequeña silueta se movía silenciosamente a lo largo del oscuro sueño de la casa, tratando de identificar de dónde provenían los sonidos de la criatura.

Por fin, descubrió el escondite del molesto inquilino: el cuarto de sus padres. Comprendiendo que ahora debía ser el defensor, no solo de sus sueños, sino también de su familia, Pablo trató de aferrarse al poco valor que le quedaba y decidió afrontar las consecuencias: abrió la puerta para enfrentar al monstruo. A oscuras, distinguió una extraña forma que se retorcía de un lado a otro de la cama. Parecían ser dos voces diferentes las que conformaban el rugido de la bestia. La luz del cuarto se prendió repentinamente al advertir que alguien había entrado a la habitación. Los papás de Pablo rápidamente se separaron, hundidos entre el espanto y la vergüenza, tratando de ocultarse bajo las sabanas. Balbucearon, pero no lograron emitir ninguna frase contundente. El hijo cerró la puerta y se dirigió a su cuarto.

La noche terminó en decepción para Pablo, ya que no logró recuperar el sueño. Sin embargo, tenía ahora al menos una razón para sentirse más tranquilo: el monstruo seguramente saldría ahuyentado de la casa el día que entrase al cuarto de sus papás.

jueves, 16 de abril de 2009

El undécimo mandamiento

En El Derecho de Soñar, Eduardo Galeano (muy de moda en Mérida últimamente) hace referencia al undécimo mandamiento que, a su juicio, Dios olvidó dictarle a Moisés junto con los otros diez: amarás a la naturaleza de la cual formas parte. En más de un texto el uruguayo vuelve a mencionar este mandamiento apócrifo con una insistencia proporcional a la urgencia que hay en nuestro mundo por reconocer el derecho de la naturaleza a existir. Nuestro mundo, que cada día es menos nuestro y más de las empresas, ha ido generando una conciencia poco conciente de lo que estamos haciendo con nuestro entorno. Gracias a Al Gore la gente descubrió horrorizada que los polos se derretían lentamente y que como consecuencia de nuestras acciones pronto sepultarían Dinamarca, Islandia, Nueva York y El Cairo, por decir algunos lugares; pero el hombre y la mujer continúan desgastando al mundo de una manera crónica y acelerada. No pasa de ser un tema que a todos preocupa y a pocos ocupa.

Desde pequeños, nuestros padres (es decir, la sociedad y los medios de comunicación) nos enseñan a definir nuestra ética personal, a distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo. El bien y el mal son quizá las primeras fuerzas antagónicas que conocemos y aprendemos a reconocer, aunque tardamos toda una vida definiendo a cual de las dos pertenecen nuestros actos. Con los años nos damos cuenta que las acciones buenas y malas están sumergidos en un contexto social, en una serie de situaciones en las que interviene la búsqueda del bien común. Identificar lo justo de lo injusto aparece como nuevo objetivo para poder alcanzar nuestras metas personales junto con el bienestar colectivo. No es suficiente ser personas buenas, también debemos aprender a ser personas justas. De ahí en adelante nuestros padres adoptivos no nos dicen más y omiten las obligaciones que tenemos con la naturaleza.

A las empresas no les conviene que la televisión o el Internet nos enseñen que los productos con los cuales se enriquecen están definiendo la forma en que algún día la vida en la tierra será imposible. Incluso, han ganado varias batallas de conciencia acusado a los defensores de la tierra de hippies, activistas fanáticos de Green Peace, miembros del Partido Verde “de” México o de niño que nunca superó su etapa de fascinación por el Capitán Planeta. Se nos obliga a creer que no es urgente cambiar las estructuras políticas y económicas para conseguir los cambios necesarios. Es verdad que en los últimos años se han abierto espacios cada vez más significativos para informar y crear conciencia de la situación actual. Todo el mundo sabe qué es el calentamiento global y que la capa de ozono se está desintegrando; pero no ha cambiado nuestra forma de vivir tan insustentablemente. Se nos ha privado la oportunidad de conocer ese tercer nivel de la ética: la ética global. Las niñas y niños de este nuevo siglo no están siendo educados para distinguir entre los sustentable y lo no sustentable.

Recuerdo que, durante la presentación de un nuevo programa de servicio social en la Universidad Autónoma de Yucatán, el expositor mencionaba que hace algunos años uno podía levantar la mano en Suiza y absolutamente nada cambiaba en China; pero que en pleno 2009 un corredor de bolsa en Suiza que levanta la mano cambia y modifica una realidad en un lugar tan lejano como Shangai. Ya no podemos hablar de acciones meramente locales con consecuencias meramente locales o de acciones globales con repercusiones meramente globales, sino de que vivimos en una realidad glocal, palabra que utilizó el mismo expositor para unificar estos dos conceptos. Lo que uno hace tiene repercusión tanto a nivel local como global.

Los medios rara vez nos dirán que la forma, cantidad y velocidad con la que compramos y consumimos productos nos están haciendo personas insostenibles para la vida en la Tierra. Es necesario que nosotros mismos comencemos a darnos cuenta de que tan sustentables o insustentables somos para el planeta, informándonos de las medidas que podemos tomar en nuestras vidas. Cuando realmente aprendemos y enseñamos a ser mujeres y hombres más sustentables, nos hacemos concientes de que todas nuestras acciones tienen una repercusión glocal con la cual interferimos en la naturaleza y la modificamos. Se trata de que cada uno durante un día común reflexione qué tan sustentable está siendo para el resto de la humanidad, concepto que debería incluir a la naturaleza. Tal vez entonces, no sea necesario ver el undécimo mandamiento labrado en las piedras para querer cumplirlo.


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martes, 17 de marzo de 2009

Cenizas del Edén

El día en que Eva y Adán regresaron a la tierra para reclamar lo que era suyo, se dieron cuenta de que donde antes había un paraíso terrenal, ahora se encontraba un mundo al revés. Ya no estaban solos. Los hijos de Caín se habían adueñado de todo, convirtiendo en asfalto lo que algún día fue tierra fértil. El edén se había vuelto un cultivo de rascacielos y fábricas, cuyos peatones, las hormigas arañando este cadáver, se movilizaban temerosos unos de los otros. De lo que antes fue un jardín divino ahora sólo quedaba un rastrojo llamado Central Park.

¿Qué es la urbanización? Se preguntaba Adán. Eva, por su parte, reconoció al rostro entre harapos y limosna a la puerta de la catedral de San Patricio. Mientras lo recogía en sus brazos, se dio cuenta de que él igual estaba desnudo. Decidió bautizarlo Abel, pero al ladrido del tráfico y sus bestias fueron más fuertes. Nadie los escuchó llorar.

Miraron a los hombres correr deprisa, a una velocidad esquizofrénica, como si escapasen de sus sombras o quizá del tiempo. Ninguno decía una palabra. Preferían escuchar atentamente a la máquina que los transportaba de una estación a otra entre la delta subterránea. Encontraron algunas mujeres entre los vagones. Si no querían permanecer en casa debían unirse a la estampida de rostros que piensan en cuentas, facturas, presupuestos y en la inconstante marea del reloj y sus manecillas. Esperaban con ansias el séptimo día que, desde hace algún tiempo, había sido borrado junto a sus nombres.

Decidieron hablar con el dueño de aquel lugar tan absurdo, para saber qué había pasado; pero al preguntar por Dios, nadie supo responder. Entendieron entonces que el predio había cambiado de propietario tiempo atrás. ¿Quién dicta entonces la ciencia del bien y del mal en este sitio? Un joven que lustraba zapatos le mostró una pequeña caja de luces en el aparador de una tienda. Lo llamaban televisor. Después de un tiempo, se cansaron de intentar dialogar con la máquina. Coincidieron en que la gente que se veía en ella no podía ser real. Para su fortuna, el asiático en la caja les dijo que la televisora que daba vida al artefacto se encontraba a tan sólo unas cuadras. Intentó también regatearles unos pantalones y un par de abrigos por tan sólo $20.00, pero ni Adán ni Eva le entendieron.

Tuvieron que subir veinticinco pisos de escaleras para llegar a la cima de aquél edificio. Para su sorpresa, las mismas personas que vieron en la planta baja aparecían y desaparecían tras unas puertas metálicas en cada nivel. Cuando preguntaron por el dueño, la recepcionista les preguntó si tenían cita. Al contestar que no, les pidió que tomaran asiento y esperaran unos minutos. Eva se sorprendió a ver que incluso la noción del tiempo había cambiado: lo que para estas personas eran unos minutos, significaban casi medio día en el mundo que en algún momento les tocó vivir. Decidieron preguntar nuevamente, pero al parecer aún debían esperar, debido a que El Señor se encontraba en una junta muy importante. Adán decidió dormir mientras esperaba; Eva, por su parte, había esperado desde el momento en que nació.

Finalmente pudieron pasar. El Señor era un anciano de voz fuerte, tal y como lo pintaba la tradición judeocristiana, pero con el cabello más corto y la barba mesurada. No vestía de blanco, sino de un traje negro y otoñal, con una corbata roja que parafraseaba el trágico desenlace de Judas. Sentado en una nube reclinable de cuero, los invitó a tomar asiento. Ambos contaron su historia con lujo de detalles: el caos y la creación del universo; el nacimiento de la luz, la tierra, las aguas, las plantas y animales; la mano creadora y la forma en que Adán salió de la costilla de Eva; la serpiente, el fruto y el árbol que, según recuerdan, estuvo plantado justo donde ahora se erige el Time Square. El Señor, asombrado por la historia, no pudo contener la emoción y decidió ofrecerles su propio reality show en horario estelar. Mientras Adán seguía sin entender por qué había comenzado a hablar de dinero y abogados, el viejo empresario hacía llamadas y números, provocando que, en algún lugar de la ciudad, miles de hombres salieran disparados de los edificios para tomar el metro nuevamente y dirigirse a otras oficinas, firmar papeles y continuar ese cíclico hastío del hombre civilizado. Aún tenía en sus manos el contrato y la pluma, cuando Adán y Eva salieron de la oficina decepcionados. Definitivamente, alguien con tan poca cordura no podía ser quien dirigía este mundo.

¿Quién mantiene el orden y el equilibrio en esta Gomorra post industrial? El oficial señaló un edificio hierático a una esquina del boulevard, adornado con cientos de banderas alrededor de su explanada. Los dos reconocieron Babel en el instante en que llegaron al edificio de las Naciones Unidas. No perdieron mucho tiempo en contemplar su imponente altura y decidieron entrar. A penas se encontraban a un par de metros de distancia, un grupo de patrulleros armados los detuvieron en la puerta principal. Alegando que se trataba de un asunto de urgencia, Eva ordenaba a los uniformados que los dejasen pasar para hablar con los hombres y mujeres que orquestaban este paraíso perdido de John Milton. Tenemos otra feminista desnuda protestando, dijo uno de los hombres a la distancia, mientras pedía refuerzos por el radio. Al poco tiempo se habían reunido ahí todos los animales de la creación: CNN, New York Times, NBC, FOX News, CBS, Wall Street Journal e infinidad de etcéteras nacionales e internacionales, cada uno con sus respectivos reporteros, camarógrafos, asistentes, técnicos y micrófonos con logotipos para ahorcar al primero que saliese del edificio. Ya eran más de cuarenta los elementos que asediaban a los primogénitos cuando un golpe de macana sobre Eva obligó a Adán a empujar al agresor. Justificando defensa propia, otros tres arcángeles armados los agredieron hasta someterlos contra el vehículo policial y con esposas en la mano sentenciaron la expulsión de los dos intrusos de Nueva York.

Adán fue acusado por la corte de terrorismo, pero a opinión de Charles Gibson segúramente era homosexual y de origen hispanoamericano. Por su parte, aseguraba que Eva era inmigrante y comunista, con un romance furtivo con Christian Bale, aunque hasta la fecha él no ha querido hacer ninguna declaración pública al respecto. Ahora ambos duermen en la celda del pecado original, cubiertos por el frío de las paredes y la humedad que despide el retrete de la tierra de las oportunidades. Bendito sea Dios, cuentan con una vista a la estatua de la libertad.