lunes, 22 de agosto de 2011

ANIMALES DE INSOMNIO

Allá las venas y el miedo que transitan,

aquí se escucha el ruido de nada.

Allá se inmolan las muertes en otras vidas,

aquí siempre humedece la calma.

Distante y silente

- o, al menos debemos notarlo,

ausente-

me encuentro lejos del origen,

de las armas que provocan futuros insomnes,

el crujido de estampidas por los palcos,

de los coches supernovas

y de las balas perdidas en un estadio cautivo,

en un estado de histeria,

en un Estado a la deriva del fuego.

Corren.

Unos y otros,

corren

incluso unos sobre los otros,

como si vieran la muerte en celo,

como si fuera hacia a ellos de prisa

para verlos derramarse en el campo.

Pero yo me encuentro en un lugar indescifrable,

en el país de las esferas minerales,

donde lo verde palpita desde las raíces

y no alcanza su capricho el azaroso óbito.

El sitio en que todos duermen brillantes

y acariciando el cojín inmaculado de los sueños.

Aquí todos duermen,

pero yo no puedo.

No sé hacerlo si mi semblante decaído continúa en casa.

No puedo adaptarme a tanta serenidad,

enferma paz que se respira.

Asfixiante e ignorante ha resultado el Valle Central

de las gotas que marca el minutero

y los días

y las tardes

y las mujeres y hombres que retumban dentro mío.

No puedo.

No pertenezco aquí.

Mi destino está allá, donde la gente se esconde

y reza porque la descarga no alcance las sombras,

porque una estrella los ilumine con la inmortalidad

y les permita dormir en calma

o entre la afición que se reciente en un coliseo.

No soy de aquí.

Yo pertenezco,

- con la congoja que hace germinar desde mi espina -

a aquella área devastada,

la zona de la vergüenza y los rastrojos como cuerpos.

Nunca había estado tan presente

en esta distancia.


San José, Costa Rica. 20 de agosto de 2011

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