lunes, 8 de abril de 2013

LA DAMA Y EL HIERRO

¿Hasta dónde nuestro contexto justifica nuestros actos? Me queda claro que todos somos - en alguna medida - productos de la época, lugar(es) y circunstancias que nos formaron. Es difícil analizar la vida y obra de un ser humano sin primero contextualizarlo. Si bien esto es cierto, lo anterior no puede ser utilizado para justificar o minimizar conductas claramente reprobables. Esa es la razón por la que no coincido con la retahíla de elogios dirigidos a la difunta Margaret Thatcher, catalogándola incluso como un ejemplo para la humanidad. 

No sé usted, pero si llego algún día a tener una hija, velaré porque no tenga como modelo a seguir a un personaje como Margaret Thatcher. No es que pretenda imponerle uno, pero entre tantas mujeres que han aportado cosas positivas a este mundo, lo que menos querría es que ella aspirase a ser una “dama de hierro”. Interesante oxímoron, por cierto. Las más mujeres más admirables que conozco en este mundo – mi madre y mi abuela – lo son sin necesidad de tener una gota de “damas de hierro”. Firmes y valientes, pero de hierro nada. No debemos confundir fortaleza con frialdad o liderazgo con autoritarismo. El hierro es símbolo de muchas cosas, pero nunca de humanidad. Por algo el gran León Gieco cantaba: “Hombres de hierro que no escuchan la voz / hombres de hierro que no escuchan el grito / hombres de hierro que no escuchan el llanto”. 

En verdad que no encuentro motivos para que mi hipotética hija o cualquier otra mujer en el mundo tenga como ejemplo a Margaret Thatcher cuando se tiene a mujeres como Rosa Parks, Rigoberta Menchu, Hellen Keller o - ¿por qué no? – mi mamá y mi abuela. ¿Qué admiración pudiera provocar una mujer que llamó “terrorista” a Nelson Mandela y apoyó el régimen del Apartheid? ¿Quién pudiera considerar un modelo a seguir a una mujer que protegió al dictador Augusto Pinochet y lo elogio públicamente como el hombre que “trajo de regreso la democracia” a Chile? Y ni hablar de su gobierno: recortes en servicios sociales, represión a huelgas mineras, aumento de desempleo y desigualdad, reducción de la clase media, entre otros. 

Yo prefiero tener de referencia a una afrodescendiente que logró contribuir al reconocimiento de los derechos civiles en su país o a una indígena torturada que hizo visible ante la comunidad internacional el genocidio en Guatemala o a una mujer que logró ser la primera persona ciega y sorda en obtener un título universitario o – insisto – a mi mamá y mi abuela. La película sobre la vida de Thatcher pudo ser emotiva, pero la realidad tiene su propio peso. Y no, no busco un repudio colectivo hacia una difunta: simplemente no creo que deba celebrársele. No es el modelo ni de gobernante, ni de mujer que este mundo necesita para ser un poco más humano, que es lo que nos urge.

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