lunes, 10 de octubre de 2011

EL INSOMNIO DE CARLOS SALINAS

Me encantaría tomar un café con Carlos Salinas de Gortari. En un lugar sencillo, sin mucho ruido, donde podamos vernos frente a frente. Quizá sería mejor una cerveza, para poder entrar en confianza. No lo sé. El punto es que me gustaría hablar con él como si estuviésemos en igualdad de circunstancias y yo no corriese peligro al hablarle de forma franca. Sé que él trataría de guiar la conversación y convertirla en un discurso político, pero debido a la calidez del bar o del café, pediría que me diera tan solo unos minutos y que, por primera vez, se limitara a escuchar. A fin de cuentas, probablemente sería yo quien estuviera pagando la cuenta.

Le diría, sin ánimos de ofender, que se ve desgastado. Y no lo digo por la edad, en verdad que no. Se le ve activo, vivo, pero bastante desgastado. Le preguntaría si es por la falta de sueño y no por otra cosa. Y lo entiendo, yo no podría dormir si fuera él. Quién pudiera conciliar el sueño con tantos nombres asediando la conciencia a horas de la noche. Desde el de Luis Donaldo Colosio hasta los desaparecidos forzadamente en su gobierno. O los periodistas silenciados o los despedidos a causa del Error de diciembre que, aunque seguramente tratará de convencerme de que no fue culpa suya, la fue.

Después, contaría que yo era muy chico al momento en que su mesiánica presidencia se convirtió en un beso de Judas. A pesar de mi corta edad, recuerdo como México pasó de ser la promesa del desarrollo latinoamericano a una economía estancada que tropieza consigo misma hasta la fecha. Era muy pequeño cuando eso pasó, pero nada parece haber cambiado en la herida que dejó sobre nuestra historia. Yo tampoco podría dormir con ese peso. Ni en este sexenio, ni en el pasado, ni en ninguno. Entonces, mientras ordeno la segunda ronda, le pediría atentamente que no me interrumpa, porque mi intervención apenas estaría empezando.

Dejaría entre los dos una cosa en claro: los mexicanos seremos lo que él diga, pero no estúpidos. Quizá lo hemos sido en el pasado, pero no esta vez. Le diría que si lo que desea es pasar por alto el dogma antireeleccionista que ha existido por años en el país, adelante, yo no tendría ningún problema y estoy seguro que muchos tampoco. Pero que no se engañe creyendo que puede engañar a alguien. De sobra está que él es el verdadero candidato y no Peña Nieto. Le haría saber que entre él y yo podemos hablar en confianza, pero que asuma. Que salga a la calle diciendo que sí, que él está detrás, que su época hegemónica en el PRI nunca terminó y que ahora piensa retomar el país. Que lo acepte, pero sin distracciones mediáticas y llamando a las cosas por su nombre. Que diga que está dispuesto a volver a lastimar al país sin reparo alguno, pero que no nos trate como estúpidos. Al menos yo no pienso dejar que me vea nuevamente con cara de estúpido.

Al final, pagaría la cuenta y me iría sin esperar a que defienda lo indefendible. El que mucho justifica de mucho se arrepiente, eso lo tengo muy claro. Quizá me iría molesto o sintiendo algo de lástima por esa tiránica sombra. Tratando de ser un poco justo, me iría con la idea de que, efectivamente, no ha podido recuperar el sueño. Sé que, si algo le queda de decencia, no puede dormir. Si es que algo le queda.

1 comentario:

Andrea M. Luna dijo...

no puede dormir tratando de conquistar al mundo.