viernes, 29 de enero de 2010

Noctívago

No sé que hacer con Dios cuando lo encuentre. No sé donde guardarlo o ponerlo a dormir cuando al fin lo tenga entre mis brazos. No sé si creerle.

Puedo recostarlo en el sofá para que las visitas lo contemplen cada domingo y me digan: Carlos, Carlos; que radiante es Dios en medio de la sala. Inasequible fulgor amuebla el sitio, escurriendo penumbra y luz por la ventana. Qué inalcanzable. Te felicito, porque ahora tienes la muerte en tu entrepierna, puedes beber de su historia y amueblarla en tu recamara. Pero yo no sabré que hacer con él o con el sofá o con las visitas o conmigo. ¿Deberé cerrar la casa con llave o cambiar de vecindario? Quizá convenga mudarse a un barrio diferente, lejos de amigos y familiares. Siempre quise vivir en un pueblo distante, sin carreteras ni avenidas y sin días entre semana. Apartarme del hombre y las ciudades, hacer ejercicio y tomar menos cerveza o al menos no buscar en ella lo que no se encuentra nunca. Pero el día que encuentre a Dios y lo lleve a vivir conmigo entre los puntos suspensivos de mi planisferio, no necesitaré alimentarme con alcohol o con cenizas de aguardiente. Sería contraproducente, teniéndolo a lado mío. Podría matarme o darme la vida buscando purgarme, regando mi jardín con astros que se enredan en las barbas de Leonardo Boff.

Sería un absurdo, me dirán todos. Sin duda lo será, verme caminando con un una gabardina tratando de ocultarlo, para que nadie lo vea, para que nadie más lo necesite. Para que pueda ser libre al fin y se convierta en lo que siempre ha soñado: ser simplemente dios, como cualquiera de nosotros.

Me perturba Dios. Me asusta pensar que está en la regadera, en la calle, en los colegios, en la silla, en el árbol y en el edificio del ayuntamiento; pero aún así no poder temerle, siquiera confrontarlo. Entre los demonios que asedian la vigilia de mis sueños, él ha sido siempre el más sensato: me dio la vida para amenazarme con la muerte, con mis deudas entre versos, siempre con el día siguiente.

Sólo Dios entiende a Dios y se ríe conmigo –tal vez de mí, pero al lado mío. Ya no estoy para ejercer mi papel de sediento noctívago, ya no tengo madera de creyente. Es por eso que ambos acordamos nuestro pacto: yo lo dejaría en paz y él no me arrancaría una costilla, ni me sacudiría las pulgas. Así viviríamos tranquilos, como cómplices o simplemente caballeros.

Como si ninguno de los dos supiera que el otro existe.
(junio 2005)

2 comentarios:

Unknown dijo...

Wowww, simplemente wow

PinkAiz dijo...

Me encenta cuando lo que escribes me hace reflexionar sobre mi misma y el mundo, muchas gracias amigo