martes, 15 de marzo de 2011

UNA LECCIÓN NO APRENDIDA

La guerra arabo-israelí de 1973 fue el detonante de un formidable aumento de los precios del petróleo a nivel mundial, lo cual incentivó de forma drástica la construcción de plantas generadoras de energía nuclear. Esta medida parecía, en un principio, el inicio de la independencia de los países importadores, incluidas las potencias occidentales, frente a los exportadores del crudo en Medio Oriente. Sin embargo, la devastadora experiencia que dejaron los accidentes en las plantas de Three Mile Island (1975) y Chernobyl (1986) pusieron en duda la capacidad real con la que podía ser controlada esta fuente de energía. A partir de estos incidentes, países como Alemania, Suecia, Bélgica, Italia y Austria decidieron renunciar a la construcción de nuevas centrales. No obstante, en el mundo existen actualmente más de 435 reactores distribuidos en 31 países entre los que Francia lidera la producción nuclear, la cual representa el 80% de la energía que genera ese país.

Vale la pena recordar en estas fechas, un incidente ocurrido en Japón el 16 de julio de 2007, cuando un sismo grado 6,8 en escala Richter provocó que la planta de Kashiwazaki, la más grande el mundo, vertiera 1,200 litros de material radioactivo en el Mar de Japón. El presidente de Tokyo Electric Power Company, operadora de Kashiwazaki, declaró que la magnitud del temblor había superado sus expectativas, a pesar que de las centrales de ese tipo deben estar condicionadas para soportar movimientos telúricos de hasta 8,5 grados. Por si fuera poco, también fueron liberadas emanaciones de gas que contenían cobalto-60 radioactivo, sin mencionar que varias cañerías de evacuación quedaron dislocadas y dejaron escapar elementos tóxicos.

Sería miope calificar la tragedia vivida actualmente en Japón como una catástrofe méramente natural. No bastando con las incontables pérdidas humanas que ha dejado el tsunami, las explosiones e incendios en la planta nuclear de Fukushima es tan sólo el déjà vu de una lección no aprendida. Paralelamente y sin vergüenza alguna, Vladimir Putín anunció que el gobierno ruso mantiene firmes sus proyectos de edificar veintiséis nuevas plantas de energía nuclear antes del 2030. Ahora que el peligro no ha terminado con el sismo y que los niveles de radiación amenazan a todas las personas que viven en un perímetro de 30 kilómetros alrededor de Fukushima, resulta urgente replantearse si vale la pena arriesgar las vidas humanas con los indomables recursos nucleares que, paradójicamente, pretenden mejorar nuestro estilo de vida.

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