El 14 de mayo se cumple dos años del Movimiento #YoSoy132. ¿Sirvió de algo? ¿Fue un fracaso? No faltan quienes critican al movimiento de no haber “logrado nada”. Sin embargo, los que creemos en los procesos tenemos una visión muy diferente. Por supuesto que no significó una panacea. La pobreza, la desigualdad, la corrupción y la inseguridad siguen flagelando nuestro país. ¿Pero acaso era responsabilidad de #YoSoy132 regresarnos al paraíso prohibido? Nunca fue la propuesta. Nunca fue la meta. El movimiento surgió porque teníamos qué. Porque no podíamos permanecer en silencio ante el cierre de un sexenio trágico y la amenaza del que finalmente llegó. Pero no sólo valió la pena, si no que era necesario. A unas horas de que Peña Nieto llegase a la Ibero, nadie (absolutamente nadie) se imaginaba que los jóvenes iban a cambiar la agenda política del país. Las elecciones controladas perdieron el control.
La movilización estudiantil puso en la agenda política nacional lo que no estaba: la matanza de Atenco de la que el ahora presidente es responsable, el repudio con el que contaba (y cuenta) actualmente, el sesgo informativo de los principales y únicos medios de comunicación masiva en el país. Nunca antes un candidato había sido tan cuestionado. Nunca antes los medios de comunicación habían sido el blanco mediático. #YoSoy132 cambió “la jugada” de aquello que parecía calculado. Elevó el nivel de discusión en las elecciones y demostró que cuando se decide organizarse para ejercer presión “ciudadana” (por usar un término que no me convence) ponemos en peligro lo que desde arriba había sido decretado como un presente incuestionable.
Asimismo, #YoSoy132 fue también un encuentro. Aquellos que teníamos y tenemos determinadas inquietudes que desde nuestros ambientes percibíamos ser una minoría nos dimos cuenta que no somos nada especiales. Nos topamos con que tres mil yucatecos decidieron tomar el Paso Deprimido en una ciudad caracterizada por la nula movilización ciudadana y una apatía para participar en ese tipo de movimientos. Se rompieron paradigmas, sobre todo en un lugar como Mérida, donde el #YoSoy132 era una experiencia que no se había visto en décadas. Uno de los grandes logros fue desmontar la falsa idea de que nadie estaba dispuesto a nada.
Hablaba al inicio de los procesos. Cada movimiento social es una fotografía de algo mucho más amplio. #YoSoy132 es un capítulo de un proceso, pero el capítulo no hace el libro. De la misma forma en que ese movimiento fue posible por el legado de muchos otros en el pasado, la experiencia de hace dos años significó tirar semillas al viento de las que otros capítulos recogerán frutos. La percepción sobre los medios actual fue forjada a través de este movimiento. El país no cambió, pero ya no es el mismo. En su justa dimensión y comprendiendo su naturaleza, sí, valió mucho la pena. Era necesario. Y sí, por supuesto: yo soy 132.