lunes, 6 de enero de 2014

CIUDAD DE LOS NADIE

No me canso de hacer referencia a un texto muy famoso de Eduardo Galeano titulado “Los nadie”. Me tomo la licencia de transcribir su fragmento final: “Los nadie (…) Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones. Que no hacen arte, sino artesanía. Que no practican cultura, sino folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.” 

Resulta pertinente retomar las palabras de este escritor uruguayo a unos días de haberse cumplido 471 años de la destrucción de la ciudad maya de Ichkansihó (T'hó), sobre la cual se construyó la actual Mérida de Yucatán. Con el tiempo, sería llamada por antonomasia "Ciudad Blanca", no por el traje típico de sus habitantes (como enseñan en las escuelas), sino porque llegó a prohibirse la entrada a los mayas. Se trató de un verdadero apartheid indígena, hoy difuminado de la historia oficial. Era una ciudad de y para blancos. Francisco de Montejo (a diferencia de Hernán Cortés) es un símbolo de orgullo para muchos yucatecos, por "fundar" una ciudad donde antes no había “nada”, porque sólo estaba habitado por "los nadie". 

Algunas personas pensarán que con estas palabras estoy desempolvando un discurso estéril y retrograda del baúl indigenista de la Guerra Fría. Algunos otros dirán que hay que entender el contexto histórico de Francisco de Montejo, por lo que no es posible juzgar a años de distancia. Otros, incluso, dirán que “ya fue”, que ya no tiene caso. La realidad es que no sólo es posible juzgar a los personajes históricos, sino que debemos hacerlo. Por supuesto, no se trata de un juicio divino: confrontarse con los personajes que han hecho nuestra historia es, en sí, confrontarnos con nosotros mismos acerca de lo que hemos sido y queremos para el futuro. Lo contrario sería como minimizar el holocausto judío atendiendo al contexto de Hitler (el Tratado de Versalles, la Europa entre guerras, la crisis económica, entre otros etcéteras). La fundación de Mérida fue el inicio de una política de exterminio materializada en lo que hoy día sería catalogado como un genocidio cultural (recordar el Auto de fe de Maní) y un apartheid, como ya he mencionado. 

Más aún, el análisis del pasado obliga a una reflexión sobre el presente. Es ilusorio asegurar que se trata de un tema superado teniendo en frente una ciudad estridentemente polarizada. Mientras el noreste del plano urbano se vanagloria del “progreso” y crecimiento (materializado en la inédita sombra de edificios de departamentos y comercios que germinan de un día para otro), el extremo opuesto de la ciudad sigue siendo de los nadie. Aquellos que no disfrutan de los mismos servicios, ni en las mismas condiciones. Aquellos que no son Mérida, sino una especie de pasado estratégicamente oculto bajo la cama. Aquellos que viven en zonas de “chacas”, de “indios”, por lo que no representan lo que “verdaderamente” es la esplendorosa Ciudad de las Buenas Costumbres. Por supuesto que no estamos lejos del paradigma impuesto por los Montejo: nos encontramos ante su máxima expresión.

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