Dice una voz popular que la orquesta de Wallace Hartley, ante el trágico declive del Titanic y su inminente desenlace, no pudo hacer más que lo dictado por la vocación y el espíritu de sus músicos: continuar tocando, entre los gritos y la estampida de más de dos mil personas que atestiguaban su propio naufragio. Ninguno de los ocho sobrevivió para relatar el último performance que ofrecieron en el hasta entonces inmortal transatlántico.
Con el tiempo, la escena casi poética de los músicos interpretando "Nearer, my God, to Thee", se fue injustamente tergiversando hasta convertirse en una expresión peyorativa para describir a todo el que, ante las adversidades, opta por aparentar que todo sigue su curso natural.
Traigo esto a colación debido a lo tentador que pudiera ser esta interpretación negativa para describir los tiempos en que actualmente transita la humanidad. Las crisis económicas mundiales que se presenciaban cada treinta años ahora azotan cada doce meses; y sin embargo la sociedad de consumo no ha dejado de consumir, que es lo propio, y de extasiarse con los nuevos modelos de iPods, iPads y tantas otras urgencias que realmente nunca lo fueron, como si transcurrieran los tiempos de mayor abundancia. Las noticias se atiborran de la alfombra roja en los Grammys o del “póker” de Messi - disculparán la blasfemia los azulgranas - pero nadie se preocupa por enterarse de la guerra que se acerca en Medio Oriente, la cual amenaza con repercutir en todo el mundo. En Mérida, por dar algún ejemplo más cercano, las personas aún cree que la estela de saldos fúnebres que asedia el norte del país no aterrizará nunca sobre esta tierra. En todos lados, la humanidad se encuentra abstraída por las pantallas que le frecen lo que la realidad no puede: la posibilidad de creer que nuestro rumbo no peligra y que cada quien puede seguir como si nada.
Es por eso que resulta sumamente valiosa la propuesta que la nueva producción conjunta de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina - titulada precisamente “La orquesta del Titanic” - hace de forma irónica para regresar al sentido original de la historia detrás de los ocho músicos y su naufragio. Al mismo tiempo, el álbum evita caer en la desafortunada tendencia a ignorar el temporal que sufre el mundo y aparentar que todo anda como es debido. "Las cifras son insoportables y la gente lo está pasando muy mal, y seguir cantando es lo que se nos ha ocurrido para que al menos haya una canción en la que llorar, recordar o con la que bailar con la novia", anunciaban en una entrevista reciente. "[E]ra una metáfora de la crisis que está cayendo fantástica. Nosotros salimos de gira a divertirnos y a pasarlo bien y el mundo se hunde”. La historia del Titanic es retomada por los dos cantautores con el verdadero espíritu que invadió a los músicos de Hartley en sus últimos momentos: el instinto de celebrar la vida ante la posible extinción, de echar a volar el canto cuando lo normal sería salir huyendo.
“Lo que pasa es que estalla una bomba en la noche de paz, lo que pasa es que apesta a zambomba el mensaje del rey”, cita una de las canciones. Cínico, bien logrado y sin abstraerse de la realidad, “La orquesta del Titanic” no será el mejor trabajo de ninguno de los dos, pero resulta una divertida y apasionante ironía. Es, sobre todo, una excelente invitación para que, parafraseando a Sabina en discos pasados, en caso de acontecer el fin del mundo, éste nos pille bailando.