lunes, 28 de febrero de 2011

E.U.A. y Gadafi: un amor para recordar

Muammar Gadafi es, en realidad, una noticia vieja que ha sido subrayada en el presente, a raíz de lo que parece ser el inicio de su inminente deceso en el poder. Personalmente espero que así sea. Todos lo deseamos, menos él. Sería un absurdo, penado política y moralmente, que alguien se atreviese a justificar la permanencia de un régimen tan manchado de sangre y corrupción. Hoy es natural apoyar a los rebeldes libios y criticar a Gadafi. ¿Pero quién no lo haría? Resulta una noticia vendible en los medios porque estos no tienen que armar un extenso debate sobre qué posición tomar o las consecuencias políticas que podría traerles declararse a favor de la caída de este autócrata. Es una noticia fácil. Pero si hay alguien a quien le favorece más que a los medios este clima de automática adherencia al repudio contra Gadafi es, para variar, a los Estados Unidos de América.

La historia del dictador libio y el gobierno en Washington se remonta al óbito de la década de los sesentas, cuando este personaje asumía el poder. Inspirado por el movimiento socialista dirigido en su momento por el Gamal Abdel Nasser en Egipto, Gadafi pasó a encabezar uno de los gobiernos que más amenazaba los intereses estadounidenses en el Magreb y Medio Oriente. Declarándose desde un principio como partidario del reconocimiento de Palestina como Estado y ferviente enemigo de Israel y Occidente, este megalómano tuvo que lidiar con múltiples intentos de la Casa Blanca por derrocarlo. Como es natural en la política estadounidense, la base del éxito de sus pretensiones radica en otorgarle una aparente legitimidad a sus acciones, en especial las militares. De ahí que el bombardero perpetuado en Trípoli durante la administración Reagan fuese condenado a nivel internacional. El entonces presidente trató infructíferamente de justificar el ataque en base al principio de autodefensa “de manera anticipada”, por medio de la cual pretendían contestar una agresión que, aunque aún no se había producido, argumentaban tener pruebas de que estaba en proceso de gestación. Este absurdo uso del Derecho Internacional le valió a Reagan un gran rechazo entre la sociedad estadounidense y la comunidad internacional, por lo que tuvo que suspender momentáneamente el proyecto de bajar a Gadafi del gobierno.

Obama vive actualmente el sueño dorado de Reagan: todos concordamos en que Gadafi es una bestia que hay que despojar del poder. El ahora Premio Nobel de la Paz, mérito que no le desobliga a seguir con una tradición expansionista, está hablando de intervenir militarmente en Libia para ayudar a la sociedad que, en su monumental mayoría, se ha opuesto a aceptar dicho apoyo. ¿Realmente están Obama y Hillary Clinton velando por la democracia de este país cuyas exportaciones son petróleo en un 95%? ¿Por qué no fueron tan determinantes y expresos en apoyar la caída de su parcial aliado Mubarak? Ojalá me confiese equivocado en el futuro, pero la administración Obama podría convertirse en un inevitable atavismo de su predecesor.