martes, 17 de marzo de 2009

Cenizas del Edén

El día en que Eva y Adán regresaron a la tierra para reclamar lo que era suyo, se dieron cuenta de que donde antes había un paraíso terrenal, ahora se encontraba un mundo al revés. Ya no estaban solos. Los hijos de Caín se habían adueñado de todo, convirtiendo en asfalto lo que algún día fue tierra fértil. El edén se había vuelto un cultivo de rascacielos y fábricas, cuyos peatones, las hormigas arañando este cadáver, se movilizaban temerosos unos de los otros. De lo que antes fue un jardín divino ahora sólo quedaba un rastrojo llamado Central Park.

¿Qué es la urbanización? Se preguntaba Adán. Eva, por su parte, reconoció al rostro entre harapos y limosna a la puerta de la catedral de San Patricio. Mientras lo recogía en sus brazos, se dio cuenta de que él igual estaba desnudo. Decidió bautizarlo Abel, pero al ladrido del tráfico y sus bestias fueron más fuertes. Nadie los escuchó llorar.

Miraron a los hombres correr deprisa, a una velocidad esquizofrénica, como si escapasen de sus sombras o quizá del tiempo. Ninguno decía una palabra. Preferían escuchar atentamente a la máquina que los transportaba de una estación a otra entre la delta subterránea. Encontraron algunas mujeres entre los vagones. Si no querían permanecer en casa debían unirse a la estampida de rostros que piensan en cuentas, facturas, presupuestos y en la inconstante marea del reloj y sus manecillas. Esperaban con ansias el séptimo día que, desde hace algún tiempo, había sido borrado junto a sus nombres.

Decidieron hablar con el dueño de aquel lugar tan absurdo, para saber qué había pasado; pero al preguntar por Dios, nadie supo responder. Entendieron entonces que el predio había cambiado de propietario tiempo atrás. ¿Quién dicta entonces la ciencia del bien y del mal en este sitio? Un joven que lustraba zapatos le mostró una pequeña caja de luces en el aparador de una tienda. Lo llamaban televisor. Después de un tiempo, se cansaron de intentar dialogar con la máquina. Coincidieron en que la gente que se veía en ella no podía ser real. Para su fortuna, el asiático en la caja les dijo que la televisora que daba vida al artefacto se encontraba a tan sólo unas cuadras. Intentó también regatearles unos pantalones y un par de abrigos por tan sólo $20.00, pero ni Adán ni Eva le entendieron.

Tuvieron que subir veinticinco pisos de escaleras para llegar a la cima de aquél edificio. Para su sorpresa, las mismas personas que vieron en la planta baja aparecían y desaparecían tras unas puertas metálicas en cada nivel. Cuando preguntaron por el dueño, la recepcionista les preguntó si tenían cita. Al contestar que no, les pidió que tomaran asiento y esperaran unos minutos. Eva se sorprendió a ver que incluso la noción del tiempo había cambiado: lo que para estas personas eran unos minutos, significaban casi medio día en el mundo que en algún momento les tocó vivir. Decidieron preguntar nuevamente, pero al parecer aún debían esperar, debido a que El Señor se encontraba en una junta muy importante. Adán decidió dormir mientras esperaba; Eva, por su parte, había esperado desde el momento en que nació.

Finalmente pudieron pasar. El Señor era un anciano de voz fuerte, tal y como lo pintaba la tradición judeocristiana, pero con el cabello más corto y la barba mesurada. No vestía de blanco, sino de un traje negro y otoñal, con una corbata roja que parafraseaba el trágico desenlace de Judas. Sentado en una nube reclinable de cuero, los invitó a tomar asiento. Ambos contaron su historia con lujo de detalles: el caos y la creación del universo; el nacimiento de la luz, la tierra, las aguas, las plantas y animales; la mano creadora y la forma en que Adán salió de la costilla de Eva; la serpiente, el fruto y el árbol que, según recuerdan, estuvo plantado justo donde ahora se erige el Time Square. El Señor, asombrado por la historia, no pudo contener la emoción y decidió ofrecerles su propio reality show en horario estelar. Mientras Adán seguía sin entender por qué había comenzado a hablar de dinero y abogados, el viejo empresario hacía llamadas y números, provocando que, en algún lugar de la ciudad, miles de hombres salieran disparados de los edificios para tomar el metro nuevamente y dirigirse a otras oficinas, firmar papeles y continuar ese cíclico hastío del hombre civilizado. Aún tenía en sus manos el contrato y la pluma, cuando Adán y Eva salieron de la oficina decepcionados. Definitivamente, alguien con tan poca cordura no podía ser quien dirigía este mundo.

¿Quién mantiene el orden y el equilibrio en esta Gomorra post industrial? El oficial señaló un edificio hierático a una esquina del boulevard, adornado con cientos de banderas alrededor de su explanada. Los dos reconocieron Babel en el instante en que llegaron al edificio de las Naciones Unidas. No perdieron mucho tiempo en contemplar su imponente altura y decidieron entrar. A penas se encontraban a un par de metros de distancia, un grupo de patrulleros armados los detuvieron en la puerta principal. Alegando que se trataba de un asunto de urgencia, Eva ordenaba a los uniformados que los dejasen pasar para hablar con los hombres y mujeres que orquestaban este paraíso perdido de John Milton. Tenemos otra feminista desnuda protestando, dijo uno de los hombres a la distancia, mientras pedía refuerzos por el radio. Al poco tiempo se habían reunido ahí todos los animales de la creación: CNN, New York Times, NBC, FOX News, CBS, Wall Street Journal e infinidad de etcéteras nacionales e internacionales, cada uno con sus respectivos reporteros, camarógrafos, asistentes, técnicos y micrófonos con logotipos para ahorcar al primero que saliese del edificio. Ya eran más de cuarenta los elementos que asediaban a los primogénitos cuando un golpe de macana sobre Eva obligó a Adán a empujar al agresor. Justificando defensa propia, otros tres arcángeles armados los agredieron hasta someterlos contra el vehículo policial y con esposas en la mano sentenciaron la expulsión de los dos intrusos de Nueva York.

Adán fue acusado por la corte de terrorismo, pero a opinión de Charles Gibson segúramente era homosexual y de origen hispanoamericano. Por su parte, aseguraba que Eva era inmigrante y comunista, con un romance furtivo con Christian Bale, aunque hasta la fecha él no ha querido hacer ninguna declaración pública al respecto. Ahora ambos duermen en la celda del pecado original, cubiertos por el frío de las paredes y la humedad que despide el retrete de la tierra de las oportunidades. Bendito sea Dios, cuentan con una vista a la estatua de la libertad.