Las gringas vienen a ver a Marcos.
No han venido por mí,
aunque sí existo y pueden tocarme
bajo la luna gris
de sus labios. Quieren sangre en luto
que yo no puedo darles.
Tal vez deba vestirme de hippie
o desgarrar mi acento,
mostrar los montículos, gritarles:
“Ahora soy un hombre,
despojo a voces, un sacramento,
el peatón de la muerte.
Gota ausente en el subcomandante,
el flanco aún sin nombre,
proyectil sediento por el hambre.
Desmantelen mis armas,
hoy pueden correr entre mis huesos,
hoy pueden desahuciarme”.
Pero la chamulita me ha dicho
que ya no me moleste;
que las gringas se pierden por marcos,
nunca por un peatón.
Yo que no tengo un pasado ecuestre,
ni balas que me esperen
varado en Real de Guadalupe,
absorto en lo que soy,
pienso en ir y comprarme una runa,
en repartir mis miembros
por las callejuelas que aún fluyen:
Pinche Marcos de mierda,
con la furia en tus verdes ramas
cualquiera es comandante.
Aprendo a mear junto a los perros,
sigo esperando ese destello
y guardo mis caracoles
por falta de pudor.
(San Cristobal de las Casas, mayo 2010)
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