Poco antes de tomar posesión, Peña Nieto realizó un gesto inesperado: una gira por América Latina para estrechar vínculos con nuestros países hermanos. Iniciando con el encuentro que sostuvo con el presidente guatemalteco Otto Pérez Molina, la agenda lo llevó además a Colombia, dónde refrendó en la entrada del Palacio Nariño su apoyo a las negociaciones de paz de ese país con la guerrilla; a Brasil, donde ante Dilma Rousseff pidió resolver los litigios entre ambos países; a Chile, donde el intercambio comercial fue el principal tópico; a Argentina, donde él y Cristina Fernández hablaron en la Casa Rosada de la suspensión de acuerdos en el comercio de automóviles; y finalmente a Perú, donde fue recibido por Ollanta Humala para abordar el fortalecimiento de la Alianza Pacífico. Parecía lo impensable por fin ocurriendo en el sexenio menos esperado: México volvía a América Latina con intención de asumir una posición de liderazgo. Al menos eso parecía.
Como recordará, el presidente boliviano Evo Morales se vio inmerso en un vergonzoso capítulo la semana pasada. Francia, España, Italia y Portugal cancelaron los permisos de vuelo del avión del mandatario bajo la sospecha de que Edward Snowden se encontraba a bordo. Las reacciones no se hicieron esperar y los presidentes de Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela levantaron las voces en su defensa. Hasta el paraguayo Federico Franco, cuyo país está suspendido de la UNASUR, condenó el actuar de los europeos. Sebastián Piñera, quien sostiene ásperas relaciones con Evo Morales, si bien no se pronunció abiertamente sobre lo sucedido, envió a un representante del Estado chileno a la reunión sostenida en Cochabamba el jueves pasado para refrendar el apoyo al boliviano. De Peña Nieto ni una sola palabra.
El silencio del gobierno actual nos permite sacar dos (espero no tan apresuradas) conclusiones. La primera es que con el PRI regresó la arcaica Doctrina Estrada que rigió las relaciones exteriores de nuestro país durante décadas: “no veo, no opino, no me meto y no participo”. Sin embargo, el mundo no es el mismo que en 1930, año en que fue instaurada, y esa posición contrasta con la tendencia internacional a la integración. La segunda conclusión es que los meses previos a la toma de protesta de Peña Nieto y los primeros de su mandato fueron falsa alarma: México seguirá mirando para el norte buscando consentimiento de Washington. A diferencia de nuestros hermanos latinoamericanos, en México persistirá la tendencia de no enojar a Estados Unidos. Así, Latinoamérica se integra en lo político, lo económico y lo militar, mientras nuestro país participa, si acaso, como un socio prescindible.
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