viernes, 26 de julio de 2013

CUANDO LOS HIJOS AMAN

Supongo que, al menos en circunstancias más o menos generalizadas, los padres siempre se sienten orgullosos cuando uno de sus hijos o hijas les dice que va a estudiar, por ejemplo, la carrera de arquitectura. Y no precisamente por esa profesión en particular. Igual de felicidad ocasiona que un hijo o hija diga que desea ser médico, ingeniero o piloto. Da igual. Lo que interesa es que sea y, sobre todo, que sea feliz. Si la diversidad inherente en la humanidad es algo maravilloso, descubrir las especificidades de uno mismo es, en gran medida, uno de los motivos para disfrutar la vida. 

Lo mismo aplica con la experiencia de enamorarse. Encontrar a alguien que le ayude a uno a crecer como ser humano, disfrutar la vida y ser correspondido es algo que cualquier padre o madre desea para su hijo o hija. Poco debe importar, entonces, la orientación sexual del hijo o hija que uno tenga. Si es heterosexual, bendito sea. Si es homosexual, bendito sea también. Temerle a la posibilidad de que uno tenga un hijo o una hija homosexual es en sí mismo una conducta nociva para él o ella, independientemente si resulta ser esto o lo otro. 

Comúnmente se entiende que la homofobia es un mal que únicamente afecta a las personas homosexuales. Falso: es una lacra que nos afecta a todas y todos por igual. Toda intolerancia del ser humano contra el ser humano representa una señal de alarma para cualquier intento de vida en comunidad. ¿Qué tipo de paz social puede esperarse cuando nos enseñan a temer y desconfiar de la irreparable naturaleza de lo demás? ¿Acaso no fue la intolerancia y el miedo irracional a lo que nos parece extraño lo que dio origen al apartheid, la solución final o el genocidio en Guatemala y Ruanda? Quizá pudiesen parecer desproporcionadas y amarillistas estas comparaciones, pero parecen menos aventuradas cuando prestamos atención a las cifras de delitos cometidos en contra de alguna persona homosexual por el simple hecho de serlo. Podría, incluso, llevarnos a recordar en el hecho de que, por simple cuestión de estadística, todos tenemos queremos y/o estimamos a alguien que es homosexual, sepámoslo o no. 

Quizá se trate de un lugar común, pero resulta pertinente la paráfrasis: la lucha contra la homofobia es demasiado importante para pensar que sólo debe ser emprendida por las personas homosexuales. Una sociedad homofóbica significa una sociedad bajo libertad condicionada. 

A grandes rasgos, lo anterior es tan sólo un manojo de ideas generales por las que, en mi humilde opinión, considero que no debiera importarnos demasiado saber a quién amarán nuestros hijos y/o hijas, como distinguir si les hemos proporcionados los elementos necesarios para que sepan corresponder y ser correspondidos o elegir a aquella persona que verdaderamente los ayudará a crecer como personas, independientemente del sexo que tenga.

miércoles, 17 de julio de 2013

OPTAR POR LIBERARNOS JUNTOS

La semana pasada me topé en internet con un video digno de comentarse. Quizá recuerde una película llamada Tootsie, en la cual Dustin Hoffman interpreta a un actor desempleado que finge ser mujer para poder trabajar en una serie de televisión. Bueno, el video que le comento es una entrevista reciente al doblemente ganador del Oscar en la cual explica porqué decidió actuar en ella. Los productores le habían dicho que únicamente la filmarían si él podía realmente parecer una mujer. Al momento de personificarse, dijo “perfecto, ya lograron que parezca mujer, ahora hagan que me vea como una mujer hermosa”. Sin embargo, los maquillistas le dijeron que era lo mejor que podían hacer. 

 Hoffman asegura que, en ese instante, tuvo una epifanía. Llegó a su casa y lloró. Cuando su esposa le preguntó porqué quería hacer esa película, él contestó: “porque cuando me veo en la pantalla creo que soy una mujer interesante y sé que si me viera a mí mismo en una fiesta nunca le hablaría a ese personaje porque no posee todas los requisitos físicos que nos enseñan que las mujeres deben de tener”. En ese instante, a pesar del nudo en la garganta, Hoffman continúa explicando: “Y yo sé que hay muchas mujeres que no he tenido la experiencia de conocer en esta vida porque me han lavado el cerebro y… (se interrumpe a sí mismo con lágrimas en los ojos) Nunca fue (la película) una comedia para mí”. Comparto el mismo historial de estupidez que Hoffman lamenta. 

Pero el tema va más allá de los estereotipos de belleza. Hemos sido educados bajo ciertas ideas preconcebidas acerca de lo que debe ser un hombre y una mujer. Con base en ellas se nos mide a todos, se determina el éxito o fracaso de nuestras personas y se define nuestra “normalidad”: separan al hombre “exitoso” del “perdedor”, a la mujer “ideal” de la ignorada. Las reglas de género se han impuesto ante lo que uno es naturalmente e, incluso, han amenazado su existencia. ¿Qué necesidad de cumplir con normas externas que limitan cada individualidad? Los roles que la perspectiva patriarcal ha impuesto históricamente han sido dañinos tanto para mujeres como para hombres. Deberíamos optar por liberarnos de ellos. Pero nada de libertades condicionales: debemos construir nuevas masculinidades que no se esfuercen por serlo. Debemos ser, punto. No hay más, no hay “peros”. Que nadie llegue a este mundo con deudas sociales que deberá saldar a costa de sí mismo. Nada de “machitos”, ni “barbies”. Diversos y únicos cada quién, como debió ser desde un principio. 

Quizá nos han vendido bastante bien la idea de que nuestras especificidades amenazan los ideales sociales que no nos damos cuenta que es precisamente al revés. Se trata de liberarnos a nosotros mismos, no como hombres o mujeres, sino como seres humanos. Liberémonos juntos, sin importarnos quién es qué y cómo es aquello.

martes, 9 de julio de 2013

PEÑA NIETO Y AMÉRICA LATINA

Poco antes de tomar posesión, Peña Nieto realizó un gesto inesperado: una gira por América Latina para estrechar vínculos con nuestros países hermanos. Iniciando con el encuentro que sostuvo con el presidente guatemalteco Otto Pérez Molina, la agenda lo llevó además a Colombia, dónde refrendó en la entrada del Palacio Nariño su apoyo a las negociaciones de paz de ese país con la guerrilla; a Brasil, donde ante Dilma Rousseff pidió resolver los litigios entre ambos países; a Chile, donde el intercambio comercial fue el principal tópico; a Argentina, donde él y Cristina Fernández hablaron en la Casa Rosada de la suspensión de acuerdos en el comercio de automóviles; y finalmente a Perú, donde fue recibido por Ollanta Humala para abordar el fortalecimiento de la Alianza Pacífico. Parecía lo impensable por fin ocurriendo en el sexenio menos esperado: México volvía a América Latina con intención de asumir una posición de liderazgo. Al menos eso parecía. 

Como recordará, el presidente boliviano Evo Morales se vio inmerso en un vergonzoso capítulo la semana pasada. Francia, España, Italia y Portugal cancelaron los permisos de vuelo del avión del mandatario bajo la sospecha de que Edward Snowden se encontraba a bordo. Las reacciones no se hicieron esperar y los presidentes de Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela levantaron las voces en su defensa. Hasta el paraguayo Federico Franco, cuyo país está suspendido de la UNASUR, condenó el actuar de los europeos. Sebastián Piñera, quien sostiene ásperas relaciones con Evo Morales, si bien no se pronunció abiertamente sobre lo sucedido, envió a un representante del Estado chileno a la reunión sostenida en Cochabamba el jueves pasado para refrendar el apoyo al boliviano. De Peña Nieto ni una sola palabra. 

El silencio del gobierno actual nos permite sacar dos (espero no tan apresuradas) conclusiones. La primera es que con el PRI regresó la arcaica Doctrina Estrada que rigió las relaciones exteriores de nuestro país durante décadas: “no veo, no opino, no me meto y no participo”. Sin embargo, el mundo no es el mismo que en 1930, año en que fue instaurada, y esa posición contrasta con la tendencia internacional a la integración. La segunda conclusión es que los meses previos a la toma de protesta de Peña Nieto y los primeros de su mandato fueron falsa alarma: México seguirá mirando para el norte buscando consentimiento de Washington. A diferencia de nuestros hermanos latinoamericanos, en México persistirá la tendencia de no enojar a Estados Unidos. Así, Latinoamérica se integra en lo político, lo económico y lo militar, mientras nuestro país participa, si acaso, como un socio prescindible.

martes, 2 de julio de 2013

CUANDO LA DEMOCRACIA NO BASTA

Cuando parecía que la Iglesia Católica era la única que perdía terreno de forma crítica en Brasil, el país sudamericano apuesta por otro tipo de herejía: no quieren campos de futbol, quieren salir a protestar. Está por cumplirse un mes de lo que muchos han comparado con el Mayo de 1968 en París. La teoría de pesos y contrapesos en el Estado no podría estar más actualizada. Las redes sociales actúan verdaderamente como un quinto poder capaz de dirigir la vida pública. Pero lo interesante es que los brasileños se levantan no contra una dictadura, sino contra una denominada “ferviente democracia” que figura ante el mundo como una futura potencia económica, eclipsando a parientes latinoamericanos como México y Argentina. No fue durante la Junta Militar, sino durante el régimen de Dilma Rousseff que las calles se inundaron de pancartas. A veces, la democracia no basta. 

Si recordamos las experiencias vividas en los últimos años, vemos que las grandes movilizaciones que han puesto en jaque a gobiernos intocables y/o prósperos han surgido de incidentes menores que devinieron en complejos procesos sociales. En Túnez, la revolución que derrocó a Ben Alí inició por un vendedor ambulante que se quemó a lo bonzo como protesta. En Chile fueron los costos de la Universidades los que generarían el desencanto hacia el gobierno de Sebastián Piñera, propiciando el contexto idóneo para un posible regreso de la Concertación de Partidos para la Democracia. En Turquía la construcción de un parque ha marcado de manera irreparable el de por sí cuestionable gobierno de Recep Tayyip Erdogan. En Brasil la vorágine fue provocada por el alza de precios al transporte público. Las movilizaciones populares han dejado de tener metas aisladas y se han convertido en un modus operandi a nivel social. No apuestan ya a lo efímero, sino a su derecho de ser un actor permanente. 

A través de su columna en El País, Juan Arias describe a Brasil como un adolescente rebelde al que las respuestas fáciles recibidas durante su niñez ya no le satisfacen. Se saben un país potencialmente en desarrollo, pero un país con corrupción, pobreza y desigualdad socio-económica arraigada, entre tantos otras sombras que compartimos los países latinoamericanos en mayor o menor medida. A diferencia de México, los brasileños creen que pueden transformar su país. Los mexicanos, asediados por nuestros lugares comunes, ostentamos una cultura de la desesperanza. A pesar de poseer cifras alentadoras en distintas áreas – al menos más alentadoras que aquellas de otros países de Latinoamérica, África y Asia – optamos por adecuarnos a nuestras catástrofes. Cuando el mexicano quiere, genera cambios. El problema es que hoy día no quiere. No soy fanático del futbol, pero puedo darme la imprudente licencia de hacer una metáfora: Brasil pierde un partido creyendo que está destinado a ser campeón; México gana un partido convencido de ser eliminado para el próximo.