Supongo que, al menos en circunstancias más o menos generalizadas, los padres siempre se sienten orgullosos cuando uno de sus hijos o hijas les dice que va a estudiar, por ejemplo, la carrera de arquitectura. Y no precisamente por esa profesión en particular. Igual de felicidad ocasiona que un hijo o hija diga que desea ser médico, ingeniero o piloto. Da igual. Lo que interesa es que sea y, sobre todo, que sea feliz. Si la diversidad inherente en la humanidad es algo maravilloso, descubrir las especificidades de uno mismo es, en gran medida, uno de los motivos para disfrutar la vida.
Lo mismo aplica con la experiencia de enamorarse. Encontrar a alguien que le ayude a uno a crecer como ser humano, disfrutar la vida y ser correspondido es algo que cualquier padre o madre desea para su hijo o hija. Poco debe importar, entonces, la orientación sexual del hijo o hija que uno tenga. Si es heterosexual, bendito sea. Si es homosexual, bendito sea también. Temerle a la posibilidad de que uno tenga un hijo o una hija homosexual es en sí mismo una conducta nociva para él o ella, independientemente si resulta ser esto o lo otro.
Comúnmente se entiende que la homofobia es un mal que únicamente afecta a las personas homosexuales. Falso: es una lacra que nos afecta a todas y todos por igual. Toda intolerancia del ser humano contra el ser humano representa una señal de alarma para cualquier intento de vida en comunidad. ¿Qué tipo de paz social puede esperarse cuando nos enseñan a temer y desconfiar de la irreparable naturaleza de lo demás? ¿Acaso no fue la intolerancia y el miedo irracional a lo que nos parece extraño lo que dio origen al apartheid, la solución final o el genocidio en Guatemala y Ruanda? Quizá pudiesen parecer desproporcionadas y amarillistas estas comparaciones, pero parecen menos aventuradas cuando prestamos atención a las cifras de delitos cometidos en contra de alguna persona homosexual por el simple hecho de serlo. Podría, incluso, llevarnos a recordar en el hecho de que, por simple cuestión de estadística, todos tenemos queremos y/o estimamos a alguien que es homosexual, sepámoslo o no.
Quizá se trate de un lugar común, pero resulta pertinente la paráfrasis: la lucha contra la homofobia es demasiado importante para pensar que sólo debe ser emprendida por las personas homosexuales. Una sociedad homofóbica significa una sociedad bajo libertad condicionada.
A grandes rasgos, lo anterior es tan sólo un manojo de ideas generales por las que, en mi humilde opinión, considero que no debiera importarnos demasiado saber a quién amarán nuestros hijos y/o hijas, como distinguir si les hemos proporcionados los elementos necesarios para que sepan corresponder y ser correspondidos o elegir a aquella persona que verdaderamente los ayudará a crecer como personas, independientemente del sexo que tenga.