martes, 18 de junio de 2013

LOS PODERES Y LA PROTESTA PÚBLICA


Más allá de los tres poderes reconocidos de forma consensuada por la teoría – ejecutivo, legislativo y judicial – existen otros poderes que rigen aquella abstracción política (pero sobre todo social) que es el Estado. Retomando un poco la microfísica del poder de Michael Foucault, no debiéramos conceptualizar un único poder desde el gobierno. La realidad social se compone también de las relaciones de poder entre individuos e instituciones de diverso escalafón: escuelas, universidades, hospitales, familias y otros tantos etcéteras. En este sentido, el poder no significa únicamente dominar, sino producir relaciones. Sin embargo, las relaciones que produce el poder desde los niveles más elementales de la sociedad generan, a su vez, reacciones que revierten o modifican las relaciones de poder entre el individuo y el Estado. 

Pensemos, por ejemplo, en las protestas que ocurren actualmente en Brasil. Si bien a primera vista pudiera parecernos una crisis producida única y exclusivamente desde el vínculo gobierno – gobernado, su significancia trasciende los presupuestos políticos y jurídicos. El manifestante (independientemente de su ideología y pretensiones) lo es no únicamente por las probables decisiones desatinadas de la élite gobernante, sino por las relaciones de poder a niveles capilares. ¿Por qué no todos los brasileños que utilizan el transporte público participan en las marchas? ¿Por qué no todos reaccionan de la misma manera? La familia, la escuela, el trabajo y demás escenarios cotidianos son, precisamente, un primer estadio del proceso de manifestación pública. El individuo entiende y asume la realidad a partir de cómo esa realidad es traducida desde las relaciones de poder elementales. La escuela y la familia, en concreto, construyen el primer diálogo social del individuo a partir de lo que nos indican que debe ser entendido como correcto o no. ¿Podemos quejarnos? ¿Hasta qué punto? ¿Cómo se desenvuelve el concepto de lo que uno debe o no hacer ante determinadas coyunturas sociales cuando éste es diferente a lo que las instituciones educativas, la familia, los amigos y la sociedad nos dicen? 

Aquellos que toman las calles para exigir al gobierno no están únicamente ahí en contra del gobierno, sino que están ahí porque previamente las relaciones de poder en red en las que se encuentran inmersos les han hecho llegar a esa determinación por el diálogo y confrontación, generando una efervescencia que logra masificarse, organizarse y replantearse contra una determinación del gobierno. Se marcha, también, en respuesta a las opiniones divergentes que el individuo ha encontrado en los otros que lo rodean. Y no me refiero a una divergencia basada en el rencor o una ruptura, necesariamente, sino la producción de una relación dinámica colectiva y con implicaciones políticas sostenida de relaciones previas a niveles inferiores. Así sucede en cualquier país: la resistencia no sólo se llevan a las calles sino a la mesa familiar, a la oficina o a los encuentros sociales. Las antípodas en las que se encuentran los que defienden un movimiento y los que criminalizan la protesta social son síntoma de algo más elemental.

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