Hace unos años, cuando el presente milenio era un recién llegado a los calendarios, el mundo parecía ser una reinvención más garantista de lo que había sido en el pasado. Para los años noventa, las dictaduras en América Latina habían desaparecido, la Guerra Fría daba el punto final a un epistolario armamentista y, ante una estupefacta humanidad aún no acostumbrada al cambio, un muro era derrumbado en Berlín por vecinos desesperados por reunirse con sus familiares. Quedaban algunos conflictos, el hambre y la pobreza; pero habían ciertas razones para estar conforme o cuando menos un poco más optimista. Lo peor de la humanidad parecía haber quedado atrás.
Sin embargo, el nuevo siglo pareciera no distar mucho del pasado. En América Latina ya no tenemos Golpes de Estado, sino golpes desde el Estado. Los muros que algún día dividieron a Alemania ahora se construyen en la frontera entre México y Estados Unidos o en los territorios ocupados por Israel en Palestina. Los gobiernos, por su parte, ya no buscan ampliar sus territorios, sino ampliar sus mercados. El mundo es, en resumidas cuentas, igual de insostenible en su dinámica social, política y económica que hace cien años. Dosificando algunos vicios y disimulando otros; pero el temor al ser humano por parte del ser humano sigue generando la violencia y angustia por la cual, precisamente, el ser humano le teme a los de su misma especie.
La acrecentada tensión internacional ante una posible invasión a Irán expone esta fragilidad. ¿Puede este complejo panorama generar un conflicto a gran escala? Israel insiste en intervenir. Muchos funcionarios estadounidenses temen que nuevas sanciones a Irán por su programa nuclear sea interpretado como una declaración implícita de guerra, aumentando el riesgo de ataques por parte de grupos extremistas islámicos. Rusia y China se oponen, lo que pareciera ser una alineación político-estratégica. La Liga Árabe se vería dividida en caso de una intervención. Arabia Saudita, aliado de occidente de población de mayoría sunní, interpreta el aumento de la población chiíta -mayoritarios en Irán- al Este de su territorio como una amenaza de índole religiosa. Irán, por su parte, no es un blanco tan fácil como Irak o Afganistán, donde los regímenes durante la intervención estadounidense eran débiles militarmente y carecían de fuertes aliados estratégicos; además del valor agregado, objeto de la misma tensión: Irán posee energía nuclear y, muy probablemente, armas de esta naturaleza.
Dos conclusiones podemos tener por adelantado. La primera; que se avecinan años de profunda tensión internacional, la cual se manifestará en la economía, el combate al crimen organizado y las relaciones diplomáticas. La segunda; que nunca dejamos de ser aquella humanidad frágil y susceptible que en el pasado cayó en errores inimaginables, los cuales ahora pareceríamos incapaces de volver a repetir.