"Miguel Hidalgo: Padre de una patria libre, para hombres libres". Así versa el grabado bajo la estatua del prócer mexicano, ubicada en la avenida Circuito Colonias, en Mérida. Siempre me ha llamado la atención ese monumento, no por la frase en sí o el cura inmortalizado en la glorieta; sino por el autor de dicho halago: Gustavo Díaz Ordaz. Me parece ridículo que se atrevan a citarlo de tal forma, teniendo en cuenta las huellas con las que ha quedado plasmado su paso como presidente en la historia mexicana.
Ni la construcción del metro de la Ciudad de México, ni la firma del Tratado de Tlatelolco (del cual surge el Organismo para la Proscripción de Armas Nucleares de América Latina), ni la Ley Federal del Trabajo, ni otorgar el voto a los jóvenes de dieciocho años, ni siquiera organizar las Olimpiadas de 1968 en nuestro país figuran como las marcas más distintivas de su sexenio. Si algo caracterizó la administración de Díaz Ordaz fue el despotismo y la censura que ejerció al nivel de las peores dictaduras militares latinoamericanas; prácticas de las que, sin ser dictador o militar, se valió para reprimir tanto a estudiantes y médicos del ISSTE, como periodistas o cualquier individuo que se atreviera a manifestarse públicamente en contra de su régimen.
Control de medios de comunicación, supresión de la libertad de expresión y violaciones continúas a los Derechos Humanos. Ese es el recuerdo que trae hablar de su gobierno. Es la sentencia de la historia – la única de este mundo de la cual no pudo salvarse – que ha dejado ese estigma sobre su nombre. Basta recordar el cierre del Diario de México en 1967, el cual en una edición - debido a un descuido humano - cambió los pies de página correspondientes a dos fotografías: la primera, del presidente Díaz Ordaz y su gabinete, y la segunda, el nuevo espécimen de chimpancé en el zoológico de la ciudad.
Nadie puede dudarlo: cómo cualquier gobernante, siempre hay puntos positivos que dejó para el país – los cuales menciono al principio del segundo párrafo. Incluso Hitler en materia económica fue lo mejor que pudo pasarle a Alemania al principio de la guerra. ¿Pero a qué precio? ¿A caso no el desarrollo económico se vio afectado por la poca confianza que había para invertir en México debido a su despótica administración?
Ni hablar del 2 de octubre en Tlatelolco – matanza de la que él fue uno de los autores intelectuales- que esa historia habla por sí sola.
No digo nada que no se haya dicho antes, ni hay mucho que exigir teniendo en cuenta que el personaje al que hago referencia en éste escrito ya murió. Sólo pienso que el mexicano debería ser más conciente antes de colocar una frase tan incongruente con su autor como en aquel monumento de la ciudad. Lejos de ser en memoria a Miguel Hidalgo, parece ser en honor del sádico y vulgar cinismo con los que algunos tiranos han gobernado en el pasado esta patria libre, para hombres libres.
(Por cierto, el título lo saqué de un graffiti del D.F. hecho alrededor de 1967)
Ni la construcción del metro de la Ciudad de México, ni la firma del Tratado de Tlatelolco (del cual surge el Organismo para la Proscripción de Armas Nucleares de América Latina), ni la Ley Federal del Trabajo, ni otorgar el voto a los jóvenes de dieciocho años, ni siquiera organizar las Olimpiadas de 1968 en nuestro país figuran como las marcas más distintivas de su sexenio. Si algo caracterizó la administración de Díaz Ordaz fue el despotismo y la censura que ejerció al nivel de las peores dictaduras militares latinoamericanas; prácticas de las que, sin ser dictador o militar, se valió para reprimir tanto a estudiantes y médicos del ISSTE, como periodistas o cualquier individuo que se atreviera a manifestarse públicamente en contra de su régimen.
Control de medios de comunicación, supresión de la libertad de expresión y violaciones continúas a los Derechos Humanos. Ese es el recuerdo que trae hablar de su gobierno. Es la sentencia de la historia – la única de este mundo de la cual no pudo salvarse – que ha dejado ese estigma sobre su nombre. Basta recordar el cierre del Diario de México en 1967, el cual en una edición - debido a un descuido humano - cambió los pies de página correspondientes a dos fotografías: la primera, del presidente Díaz Ordaz y su gabinete, y la segunda, el nuevo espécimen de chimpancé en el zoológico de la ciudad.
Nadie puede dudarlo: cómo cualquier gobernante, siempre hay puntos positivos que dejó para el país – los cuales menciono al principio del segundo párrafo. Incluso Hitler en materia económica fue lo mejor que pudo pasarle a Alemania al principio de la guerra. ¿Pero a qué precio? ¿A caso no el desarrollo económico se vio afectado por la poca confianza que había para invertir en México debido a su despótica administración?
Ni hablar del 2 de octubre en Tlatelolco – matanza de la que él fue uno de los autores intelectuales- que esa historia habla por sí sola.
No digo nada que no se haya dicho antes, ni hay mucho que exigir teniendo en cuenta que el personaje al que hago referencia en éste escrito ya murió. Sólo pienso que el mexicano debería ser más conciente antes de colocar una frase tan incongruente con su autor como en aquel monumento de la ciudad. Lejos de ser en memoria a Miguel Hidalgo, parece ser en honor del sádico y vulgar cinismo con los que algunos tiranos han gobernado en el pasado esta patria libre, para hombres libres.
(Por cierto, el título lo saqué de un graffiti del D.F. hecho alrededor de 1967)
Vale la pena verlo hasta el final